Los chicos de la guerra
Se conoce como "los chicos perdidos de Sudán" a los más de veinte mil chicos que quedaron huérfanos y fueron desplazados de sus aldeas durante la guerra civil sudanesa que se desarrolló entre 1983 y 2005. Basada en ese contexto histórico real, Una buena mentira cuenta la historia de cinco hermanos que logran sobrevivir a la matanza y, después de más de una década de espera en un campo de refugiados, consiguen emigrar a Estados Unidos. Pero ahí comienza una nueva odisea para ellos: la de insertarse en el corazón del Occidente capitalista e industrializado después de haber pasado toda la vida en la sabana africana.
Este es el debut en Hollywood del canadiense Philippe Falardeau, considerado por los grandes estudios después de que su Profesor Lazhar fuera nominada al Oscar como mejor largo extranjero. Y en la película se nota la marca hollywoodense: al guión -de Margaret Nagle- le falta profundidad y echa mano de varios recursos facilistas para conseguir efectos lacrimógenos o cómicos. También cae en la idealización del "buen salvaje", al punto de que, ya adultos, los sudaneses siguen siendo tan inocentes y puros que ni siquiera manifiestan pulsiones sexuales. Y otro detalle inexplicable que ya es un clásico yanqui: ¿por qué los africanos hablan entre sí en inglés, si no es su lengua materna?
Si se les tiene paciencia a estas fallas de origen, Una buena mentira se deja ver. Sobre todo la primera media hora, que transcurre en Africa y está protagonizada por los chicos que peregrinan por la sabana huyendo de las balas. La guerra está más sugerida que mostrada explícitamente, y esto es un acierto: no hacen falta escenas cruentas para comprender el desastre humanitario. La segunda parte, situada en Kansas City, abusa de los gags refrentes al choque de culturas, pero aún así plantea cuestiones interesantes, como las dificultades migratorias y las absurdas trabas burocráticas posteriores a los atentados a las Torres Gemelas.