Monumento a la corrección política
El mea culpa anual de los Estados Unidos llega en formato "el paraíso para las víctimas de las guerras civiles en África está en América". Lo valorable del film es que nunca oculta sus intenciones aleccionadoras y moralizantes.
La película políticamente correcta del año, el mea culpa anual de Estados Unidos, los espejitos de colores que se venden invocando al altruismo y la ayuda humanitaria. Una buena mentira (paradójico título, ¿o no?) recluta al cineasta canadiense Falardeau (Profesor Lazhar, un film pasable) junto a la estrella Reese Witherspoon (ya lejos de las grandes ligas) y un grupo de jóvenes sudanitas y kenyanos, figuras ideales para ser exhibidas en la entrega del Oscar, para contar una historia basada en hechos reales. Ocurre que la almibarada trama recorre guerras civiles en el continente africano, campos de refugiados, ansias de escaparse del infierno y, claro está, el paraíso que obviamente queda cerca de la Estatua de la Libertad. Allí, el relato confronta culturas de manera manipuladora y obvia, también risible en su exposición y gratificante y feliz en sus consecuencias. El efectismo gana la partida en cada una de las escenas, donde el director nacido en Québec aprovecha para disminuir la carga dramática del film con algunas dosis de humor que llegan a la ramplonería y al lugar común. En este punto, el papel de Witherspoon fluctúa como una combinación entre Madre Teresa y presidenta de una institución que nuclea a jóvenes de todo el mundo que huyen del horror, albergando en su casa a los hermanos africanos, instados a aprehender de qué se trata una sociedad rica y poderosa gobernada por un premio Nobel de la Paz.
Pero hay más. Las solapadas críticas al sistema norteamericano, frente a la inocencia de los jóvenes africanos, sólo disimulan una alta dosis de superioridad económica, de excelente confort, de buena cuenta bancaria, de territorio ideal exhibido como el centro del mundo. En ese sentido, Una buena mentira no oculta jamás sus primigenias intenciones: el paraíso deseado siempre será ese salvavidas moral y político que necesita mostrar –una vez más– su costado caritativo del mundo.
Qué lejos quedaron esas inteligentes cruces de culturas que entregaron determinados films de Bernardo Bertolucci y Peter Weir. La cinta de Falardeau, al contrario, se parece a aquella ayuda humanitaria de USA for Africa (1985) en forma de vinilo y de casete de audio. Por lo tanto, es más que probable que a alguien se le ocurra lanzar en Kenya y Sudán, desde imponentes helicópteros y aviones, copias en dvd o celulares con Android para que por allá visualicen una película –supuestamente– humana y aleccionadora.