Una buena mentira es de esas películas para sufrir en el cine. De esas que te muestran desgarradoras situaciones reales (y encima contemporáneas) ante las cuales el espectador pasa a ser testigo involuntario de las crueldades humanas que se quisieron retratar en esa historia.
Es por ello, por lo triste y duro de lo que se cuenta, que gustará más o menos de acuerdo al nivel de simpatía y/o tolerancia que uno tenga con este tipo de propuestas.
Ojo, que no se entienda que es un dramón porque no lo es. Incluso tiene un par de escenas en clave comedia bien puestas a propósito para que no sea todo una lágrima.
Curiosamente es en esas escenas en donde Reese Witherspoon se luce más, lo que deja pensando si esto da testimonio de lo que sienta mejor para la actriz o si es que el film no logra anclar en el drama que quiere manifestar.
Una historia (real) de refugiados de Sudán en Estados Unidos es interesante, pero hay mucho énfasis en la previa al arribo de los protagonistas al país del norte y es allí donde se muestra el mayor de los dramas y la sintonía no se mantiene a lo largo de la cinta.
El director Philippe Falardeau se queda en el camino si su intención era realizar algo dramático que haga ruido, así como también falla a la hora de construir un relato contundente como consecuencia de la gran brecha entre la primer parte del film (la de Sudán) y la situada en Estados Unidos.
En los aspectos técnicos no hay nada que objetar pero tampoco nada para resaltar. Es un film del montón.
Queda claro que esta historia puede ser contada de mejor manera permaneciendo en todo momento con los hermanos refugiados en lugar de los personajes americanos.
En conclusión, si quieren sufrir un poco sabiendo que lo que van a ver refleja una cruenta realidad, tal vez esta es la película para ustedes. Sin embargo seguramente notarán que le falta algo: identidad y personalidad.