Corrección política en sordina
El canadiense Philippe Falardeau tiene como antecedente inmediato la interesante Profesor Lazhar, una de esas películas que toman un subgénero particular (en este caso las historias de docentes y alumnos), para eludir convenientemente todos los lugares comunes o -al menos- buscarles una vuelta de tuerca. Pero lo que pudo lograr una vez, no pudo repetirlo con Una buena mentira, producción norteamericana ahogada por una corrección política bastante básica, que endulza una realidad durísima con exagerada liviandad y que, para colmo de males, disfraza todos esos clichés a los que recurre con un bajo tono que intenta asordinar los efectos del melodrama. Pero que sin embargo no logra más que una planicie similar a la de Sudán, que es de donde escapan los refugiados protagonistas de este film.
Se nota que el director tiene su talento. Durante media hora registra con pertinente distancia la tragedia de esos hermanos sudaneses por la sabana africana, trabajando un registro similar al de esos documentales que recurren a la ficción para dramatizar lo que las imágenes ya exponen con crudeza. Puede ser un recurso discutible, pero no deja de formar parte de un sistema narrativo decidido y diagramado con justeza formal. El quiebre se dará con la posibilidad que tendrán estos jóvenes de viajar a los EE.UU., contenidos por un programa humanitario que les da asilo y busca sumarlos a la maquinaria del capital y el empleo occidental.
Ahí empiezan los mayores problemas del film, que si bien no era ninguna maravilla al menos lograba capturar la tensión entre el mundo espiritual, mítico, infantil, y lo más material de las armas y la violencia: el tiempo, el espacio y una cámara que sigue la tragedia a la altura de los ojos de estos chicos sube la apuesta desde el punto de vista formal. Sin embargo la llegada de los cuatro hermanos ya crecidos a los Estados Unidos da paso a lo edificante y le imprime una centralidad absoluta a la mirada occidental, con un abordaje cinematográfico que va perdiendo fuerza y que normaliza un discurso que invisibiliza la mano de un director detrás.
Es en esos pasajes donde Falardeau exhibe algunas de sus contradicciones: si por un lado recurre a algunas humoradas bastante pavotas y repetidas sobre el buen salvaje metido en la civilización, por el otro tiene la conciencia de que está cometiendo un crimen cinematográfico e intenta aminorar el dudoso poder de esos segmentos limitando su impacto. Lo que da como resultado un film no demasiado convencido de las herramientas a las que recurre para contar su anécdota, y por ende desinflado, demasiado liviano, carente de energía y que, llegado el momento, no emociona como debería emocionar en el caso que uno pudiera ingresar en su mecanismo bienpensante. La distancia que intenta tomar por momentos es bastante perjudicial.
En la misma línea de la más atractiva y coherente Un sueño posible, lo que demuestra Una buena mentira es que cuando uno quiere ser aleccionador o defender un sistema de ideas, debe hacerlo con convicción: las ideas se pueden discutir, el problema es cuando la herramienta cinematográfica (que de eso se trata) hace ruido por todos lados. Un ejemplo para esta película sería Un golpe de talento, aquel producto de Disney con Jon Hamm, que no perdía el humor y era totalmente consciente de sus lugares comunes y lo edificante de su mensaje, pero que lo hacía con desembozada simpatía e, incluso, reconociendo su mirada indudablemente occidentalizada. Por el contrario, Falardeau tiene como mayor logro el no resaltar en exceso el rol de los Estados Unidos dentro de esta historia (la vida de estos sudaneses tampoco será tan sencilla en territorio yanqui), aminorar el impacto de los refugiados en la vida de los personajes americanos (nada cambia demasiado en la experiencia de Reese Witherspoon) y en hacer que el centro de atención nunca se mueva de esos cuatro hermanos y su tragedia. Que el tono elegido haya sido excesivamente correcto habla más de la exagerada preocupación que evidencia el cine de Hollywood por algunos problemas del mundo, mientras mueve millonadas de dinero para hacer de estas tragedias un espectáculo apto para todo público.