En primera persona
He leído algunos textos en los que se acusaba a la segunda película de Maximiliano Pelosi (la primera fue Otro entre otros, una exploración sobre la homosexualidad dentro de la comunidad judía, tema que vuelve a tocar lateralmente en Una familia gay) de “exhibicionista”. Y sí, se trata, en su mayor parte, de un documental en primera persona en el que Pelosi se pone a él y a sus dudas sobre si quiere o no casarse con su novio en el centro de la escena, y vemos varias escenas de su vida cotidiana, con su pareja y con algún que otro familiar directo.
Pero es más bien claro que la película se ganó el pacatísimo mote de “exhibicionista” por una escena en particular: aquella en la que Pelosi y su novio buscan a un tercero en el sitio de contactos Manhunt, lo invitan a casa y tienen sexo con él. Y lo vemos con bastante detalle. Esto, lejos de ser una falencia, es uno de los puntos más sobresalientes de la película. No porque se trate de una escena muy bien resuelta: está filmada cual escena de película softcore de esas que solían pasar por The Film Zone y no tengo idea si siguen pasando; está en un registro muy diferente al del resto de la película. Pero es un momento osado en el que Pelosi deja en claro que no tiene ningún interés en rebajarse a hacer algo “para no herir sensibilidades”. De hecho, y debido a eso, tal vez esa ruptura, ese cambio brusco en el registro, sea algo deliberado.
El resto de la película se debate entre las entrevistas a cámara y las escenas de la vida cotidiana de su protagonista; entre el documental tradicional y el documental ficcionalizado. Y es en esto último donde la película falla, porque a la parte ficcionalizada le falta espontaneidad; se le ven todo el tiempo los hilos. Tanto en las escenas de la vida conyugal (David, el novio de Pelosi, está interpretado por un actor: Luciano Linardi) como en aquellas que intentan pasar como estrictamente documentales, hay un gran problema en los diálogos y la marcación actoral que hacen que todo sea bastante poco verosímil. En una escena, Pelosi va a llenar un formulario en el registro civil y, en un momento, la chica que lo atiende le pregunta: “¿cómo se llama ella?”, y él le responde: “David”. Y se nota tanto lo guionado del asunto que la escena pierde mucha fuerza.
En cambio, es en los relatos a cámara por parte de terceros, en los segmentos realmente documentales -las historias de vida de dos mujeres que lograron concebir un hijo mediante inseminación artificial y de la lucha de los referentes de la CHA César Cigliutti y Marcelo Sundheim-, que el film termina resultando altamente conmovedor.