Cuando las sorpresas no son buenas
En el cine es fundamental la sorpresa, sobre todo cuando se busca construir sobre los moldes del género. Como en esos casos el código con el que el artista se relaciona con su público se basa en la reiteración de determinadas estructuras, la diferencia y el éxito lo alcanzan quienes consiguen moverse sobre esos carriles con la suficiente habilidad como para torcer el recurso en el momento menos pensado, haciendo que todo el movimiento parezca natural. Ahí está la sorpresa. Una misión en la vida, del israelí Eran Riklis, intenta que el carácter sorpresivo venga de la mano del cruce genérico, combinando sobre todo drama y comedia, pero no consigue que las sorpresas en este caso sean buenas. Por el contrario, no hay cruce alguno, sino un cambio de tono que deriva en dos películas montadas la una sobre la otra, que se restan mutuamente. Pero hay más.
La vida de un gerente de recursos humanos de una compañía panificadora en Israel se altera cuando el cuerpo de una mujer que lleva muerta más de un mes en la morgue pública, víctima de un atentado suicida, resulta ser el de una empleada de la empresa despedida recientemente en circunstancias irregulares. La muerta es una inmigrante rumana y la aparición de la noticia en un diario acaba por colocar al desmotivado gerente en el lugar del malo de la historia. Presionado por el periodista que sigue el caso y por la dueña de la panificadora, el tipo deberá acompañar al cadáver en su regreso a Rumania, donde el drama se convierte en una road movie tragicómica, bastante endeble en fondo y forma.
De un modo deliberado, Una misión... elige “anonimizar” a su protagonista tras su cargo, negándole un nombre para activar el truco del “soldado desconocido”. Sin identidad, ese individuo representará al cuerpo social completo: Fuenteovejuna son todos. Pero esa idea choca contra la manera en que la película se ocupa de la muerte. Porque no se trata de cualquier muerte, sino de aquella que es causada por la violencia que genera el conflicto que tanto daño causa entre las naciones de Cercano y Medio Oriente. Una misión... apenas si se atreve a hablar de las consecuencias más superficiales de esa muerte, que en definitiva son las que podrían provocar una calculada empatía en el público, pero no del origen de tanta muerte: nunca se menciona que detrás de ese cadáver olvidado hay un conflicto de múltiples y muy complejos intereses, que está lejos de encontrar una solución. Por eso es una película manipuladora en la que nadie es culpable de esas muertes, que apela a convertir lo que claramente era un drama en una comedia melodramática cruzada por un absurdo insignificante, efectista y muy mal manejada.