Una encrucijada moral
Identidad; territorio; nación; país; lugar de pertenencia son conceptos abstractos que se pueden desintegrar con el correr del tiempo y que recién cobran sentido cuando el olvido amenaza arrasar con todo. Y cuando la muerte llega repentina y golpea las puertas de alguien completamente ajeno todas esas palabras vacías se llenan de historia y en un sentido aún más profundo de significado.
Ese es el proceso que experimenta a partir de su viaje, suerte de odisea burocrática que parte de Jerusalén hasta un ignoto pueblo de Rumania, el protagonista de este nuevo opus del realizador Eran Riklis. Una misión en la vida (ese es el título local) es un drama con dosis de comedia mezclado en la estructura de una road movie que se centra en el periplo que debe realizar un gerente de recursos humanos de una panificadora de Jerusalén, la cual se ganó mala prensa al recibir acusaciones de negligencia tras la muerte de una de sus empleadas oriunda de Rumania en un atentado terrorista.
A partir de la identificación del cadáver -que ningún familiar reclama en la morgue por razones obvias- se llega a la conclusión de que la víctima había sido despedida de su trabajo y gracias a un cheque que sobrevivió entre sus pertenencias se pudo averiguar su paradero. Sin embargo, para el gerente de recursos humanos no es más que un legajo y una carpeta que necesita acumular un papel más para cerrarse definitivamente, aunque para ello deba enterrar el cuerpo en su tierra natal de Rumania.
Desde ese momento, el film transita por los caminos convencionales de toda burocracia donde entrarán en juego tanto los intereses de la empresa por lavar su imagen ante la opinión pública; las inquisidoras preguntas del periodista que puso el caso en primera plana y acompaña al gerente en sus viajes; las improvisaciones de la vice cónsul junto a su marido que intenta sacarse el ataúd de encima, entre otros personajes que se irán sumando al raid. Entre ellos, el principal afectado será el hijo adolescente de la víctima (Noah Silver), con quien el protagonista entabla una relación singular que modifica paulatinamente su conciencia y lo obliga a replantearse los errores de su vida y su misión en el mundo.
El realizador de El árbol de lima no cae en verdades absolutas respecto a lo que se debe y no hacer ante situaciones como la planteada, simplemente construye, a partir del derrotero que atraviesa el protagonista, una encrucijada moral que intersubjetivamente reflexiona sobre el valor de la historia y la identidad. Al despojarse de un tono grave y adoptar un estilo desenvuelto el film gana atractivo gracias a la excelente entrega del elenco con un destacado trabajo de Marck Ivanir en el rol de este gerente diferente.