Stéphane Brizé vuelve a mostrar el amor y el deslumbramiento masculino
El realizador francés Sthéphane Brizé como ya lo hiciera en su anterior obra “No estoy hecho para ser amado” (2005), vuelve a adentrarse en el alma de los varones que encierran sus sentimientos bajo la llave de las normas sociales sin preveer que, inevitablemente, alguna vez su verdadero sentir se escapará. También, como en esa oportunidad puso música de tango como fondo a las miradas entre los personajes que delatan su transformación sentimental, y para las escenas románticas buscó que el compositor Ange Ghinozzi (“Mal espíritu”, 2006) utilizara el mismo género musical.
También vuelve a mostrar un aspecto de la relación de un hombre adulto con su padre, aunque esta vez Brizé se basó en la novela romántica “Mademoiselle Chambon” escrita y publicada hace unos diez años por Eric Holder, quien se caracteriza por escribir sobre los sentimientos cotidianos que surgen en los hombres, y que también es autor de “Masculino singular” (publicada en 2001) y de “El hombre de noche” (publicada en 1995), que fuera llevada a la pantalla cinematográfica por Alain Monne con el título de “El hombre junto a la cama” (2009), y en ambas novelas afrontaba el tema de los hombres que sorpresivamente comprueban que tienen sentimientos inesperados y se debaten entre aceptarlos o no hacerlo.
Brizé, acertadamente tituló a esta versión cinematográfica de la novela “Une affaire d´amour” (un asunto amoroso), que señala puntualmente lo que sucede entre los protagonistas de esta historia.
Jean, un hombre sencillo que se gana la vida como albañil y tiene una buena relación con su esposa, conoce a Véronique, la maestra de su hijo, y se produce entre ambos un impacto que hará que ambos replanteen su situación sentimental. Deben decidir si todo quedará en un simple deslumbramiento o si, por el contrario, deben permitir que ese amor que se bosqueja y los hace sentirse bien crezca y tome cuerpo como para cambiar el rumbo de sus vidas.
Esta realización está en la línea de los dramas románticos de la Nouvelle Vague con marcada influencia de Agnés Varda, con miradas, pequeños gestos, planos largos que duran muchos segundos y marcan estados de ánimo, locaciones atractivas pero que no dejan de ser escenarios de la vida cotidiana y personajes que se ganan la vida con profesiones que no están ubicadas en el primer nivel social.
Como es habitual en casi todos los realizadores franceses Stéphane Brizé se ha preocupado de dirigir a los actores a los que se los ve seguros en sus logradas composiciones. Si tenemos en cuenta que Vincent Lindon se mueve socialmente entre la más alta aristocracia europea es significativo su trabajo para interpretar a un simple albañil que destruye una pared con un martillo para calmar su ira, no en vano ha hecho casi cincuenta personajes cinematográficos. Sandrine Kinberlain, que estuvo casada con Lindon en la vida real, nos muestra a una maestra itinerante (según el sistema educativo francés son las docentes que cubren reemplazos), una mujer que vive permanentemente desarraigada y que es consciente de que por esa razón se ve imposibilitada de amar. Aure Atika como la esposa que percibe pero que no hace otra cosa más que estar a la expectativa logra transmitir corporalmente las sensaciones de su personaje. Jean-Marc Thibault compone convincentemente al padre del protagonista, que es quien con su imagen le ha formado la idea de lo que un hombre debe hacer o no.
La canción final en la que se habla sobre las decisiones que deben tomarse sobre el amor y cuestiona si hay que usar la cabeza o el corazón en esos “asuntos”, lamentablemente no ha sido subtitulada y por lo tanto no suma a la apreciación del espectador que no habla francés.