El lenguaje del amor
Estando el cine lleno de historias de amor, resulta difícil encontrar algo único o al menos diferente. Pues Une affaire d'amour lo es. Si bien es fácil adivinar en este melodrama el triángulo que ha de formarse entre Jean, un albañil felizmente casado con una obrera, Anne Marie, y la maestra de su hijo, Mademoiselle Chambon, nunca sabemos cómo seguirá el affaire, qué caminos ha de tomar esa historia tan sutil y delicadamente narrada. Sólo había visto de Brizé Je ne suis là pour être aimé, una deliciosa comedia sobre el amor en la edad madura, y aquí se confirma como un excelente narrador de historias íntimas.
La magia del film se basa en dos aspectos clave: la cámara y la actuación de los protagonistas. Si los diálogos son escasísimos, en cambio la comunicación que se establece desde el primer encuentro entre hombre y mujer -Vincent Lindon y Sandrine Kiberlain- está llena de matices: miradas, silencios, acercamientos, acuerdos tácitos, el lenguaje del amor está aquí inteligentemente explotado y la química, el entendimiento entre ambos actores es elocuente, a lo cual tal vez no sea ajeno el hecho de que ambos fueron un matrimonio en otra época de su vida real. El movimiento de la cámara es el otro punto de apoyo, con largos, pausados planos que acompañan el proceso de enamoramiento, tomándose todo el tiempo necesario para reconocer, reprimir y aceptar un amor que no debe ser. Exquisitamente fotografiado, podríamos llamar a éste un film elegante, como sólo los franceses saben filmar.
Film de atmósferas, presenta algunos detalles que dibujan la personalidad de los protagonistas: el test gramatical familiar, la devoción con que Jean trata a su padre anciano y lo acompaña a elegir su funeral, la timidez de Véronique y su resistencia a tocar el violín frente a Jean, su modo de ejecutarlo, la reacción de la esposa, todo está sugerido por los cuerpos, en gestos que trascienden las palabras. Tal vez a algunos les resulte demasiado radical la indecisión de este film mínimo, con sus tiempos dilatados y silencios elocuentes; yo encuentro en ello la exploración de las posibilidades del cine y de la eficacia de los actores, así como la explotación de la puesta en juego de las emociones.
Absolutamente romántico y melancólico, el film tiene una música que acentúa este carácter, si bien está utilizada diegéticamente: la banda sonora de Ferec von Vecsey que ejecuta Véronique significa para Jean la apertura a otra esfera cultural, más refinada que la suya, y esa melodía parece no abandonarlo.
Algunas escenas simples y elocuentes: la charla en que él se explaya -tal vez por primera vez- con orgullo sobre su oficio de albañil; el momento en que ella escucha sin decir una palabra el mensaje telefónico de su madre, tan orgullosa de su otra hermana, agregan complejidad e intensidad a la situación básica. Y la escena del beso posee un carácter amoroso poco frecuente en un tópico tan reiterado.