Sensatez, sensatez y sentimientos
Este film francés dirigido por Stéphane Brizé es una obra sobre lo no dicho: cada gesto, cada mirada y cada palabra tienen un peso significativo, a los que el espectador deberá dirigir su atención. La película, adaptación de una novela de Eric Holder, concreta con artística belleza la idea del romance.
Jean (Vincent Lindon) es un devoto padre de familia que dedica sus días a trabajar como albañil y en su tiempo libre cuida y acompaña a su enfermo y longevo padre. Un día en que Jean debe recoger a su hijo a la escuela conoce a Véronique (Sandrine Kiberlain), la sosegada y tímida maestra de Jérémy (Arthur Le houérou), quien al día siguiente solicita a Jean si estaría dispuesto a dar una charla a los alumnos sobre su trabajo. La atracción de Véronique hacia Jean es inmediata y encuentra en una ventana rota de su departamento la excusa perfecta.
Lo que hace el encuentro más intrigante es que ninguno de los dos protagonistas parecen el tipo de personas que se animarían a mantener una relación de amantes, característica que no se disipa en ningún momento del film. Es así que cada encuentro esta rodeado por un halo de respeto, vergüenza y pasión reprimida en el que cada uno se atendrá a los límites mentales que le impiden consumar su amor.
El deseo de verse nuevamente hace que Jean encuentre en la música la excusa perfecta para continuar sus encuentros. Tras un fervoroso pedido de él, Véronique accede a tocar una pieza en violín y a partir de allí las melodías se convierten en el leit motiv de su relación. La conexión que hay entre ellos está mostrada de una forma muy sutil: con miradas, con caricias, con mensajes, con excusas absurdas. Y aquí reside el mérito del film.
A medida que ellos se conocen se advierte en Jean un notorio cambio de humor y un naciente deseo por Véronique. Sin embargo, las obligaciones familiares están allí para marcar el límite y crear la culpa y el dolor, dejando en el miedo y la frustración de cualquier deseo hacia esta mujer. Por su lado, la tristeza que se vislumbra en el rostro de ella parece ahuyentarse estando con Jean. Su vida como maestra nómade imposibilitada de establecer lazos duraderos parecería estar llegando a su fin cuando aparece una leve esperanza en su relación con él.
Ya promediando el film, parecería estar todo dicho: ninguno de los dos muestra algún indicio que marque un futuro para ambos. Y esta sensación se mantiene hasta el retardado clímax de la historia que marca la necesaria y esperada definición.
Cuando muchas películas actuales imponen un modo de sentir, de seducir, de mirar, de conquistar o de amar, acercarse a un film como Une Affaire d’amour (2009) ayuda a desarticular la hegemonía de ciertas representaciones gastadas.