Un tropiezo llamado amor
Con el marco de la Bretaña francesa, el director Stéphane Brizé narra un cuento simple, sin demasiadas aspiraciones ni suntuosidades, la historia de un amor tan intenso como vedado, auto-vedado en realidad, por los mismos protagonistas.
Jean es albañil, por vocación y por herencia de su padre a quien hoy también él debe encargarse de cuidar. Es un padre de familia dedicado, un buen hombre al que la vida parece sonreirle simplemente.
Por un problema de salud de su esposa, Jean comienza a ir a buscar a su hijo a la salida del colegio y es ahí donde se cruzan los caminos con la maestra de grado, Mademoiselle Chambon, la misma del título original.
Y dicen que en cualquier buena fórmula de una película romántica se puede aplicar con buen criterio esto de que "los opuestos se atraen". Por un lado Jean es un hombre completamente sencillo, de pocas palabras y sin demasiada cultura general. Ella, por el contrario, es sumamente delicada, amante de la buena literatura y de la música clásica, más precisamente es (fue) violinista.
El está aferrado a su familia, a su casa, está en su lugar en el mundo. Ella es itinerante, cada año en una escuela diferente y es algo que a través de los años ha podido manejar sin problemas, ya está acostumbrada y espera que en algún momento llegue la oportunidad de ser titular de un curso.
Hay algo de pasional en Jean y de racional en Mme. Chambon, pero a la hora de la conexión entre ellos, no habrá ningún tipo de fronteras, podrán entenderse con muy pocas palabras, apenas con un diálogo de miradas.
Y es por eso que no son precisamente los diálogos el fuerte de este exquisito film francés. "Une affaire d' amour" se basa en la complicidad que pueda establecer el espectador al dejarse llevar por un universo donde los silencios, las miradas y lo que quizás quede como "no dicho" son el sustento del vínculo que irá creciendo entre estos dos personajes de una manera dulcemente tranquila.
Un final demasiado inmerso dentro de los cánones del cine clásico que abandona ese juego sutil de sobreentendidos y de caricias con la cámara, sea quizás demasiado contundente, cuando abandonando la historia unos minutos antes ya hubiese dejado claro adónde nos quería llevar el director.
Sin dudas Brizé cuenta con dos actores que no dudaron en prestarse al juego que propone el director. Tanto Vincent Lindon en su Jean, un poco tosco, un poco salvaje, un poco niño y Sandrine Kiberlain como esa maestra etérea y aparentemente frágil que lo enamora con la mirada, hacen que esta fábula de amor y desamor sea intensamente creíble y que muchos de los fotogramas parezcan cuadros donde el espectador quiere quedarse detenido por un rato y acompañarlos en esta aventura.