Las relaciones personales y los sentimientos más profundos parecen ser los temas que más atractivos resultan al director de este film, Stéphane Brizé (No estoy hecho para ser amado, Entre Adultes). Aquí, los protagonistas de la historia son Jean (interpretado por Vincent Lindon) y la maestra de escuela de su hijo, Mademoiselle Chambon (encarnada por Sandrine Kiberlain, varias veces nominada a mejor actriz). Ambos se conocen cuando Jean se ocupa de llevar y traer a su hijo Jérémy (Arthur Le Houérou) al colegio. Espontáneamente surge entre ellos una inmensa atracción que crece muy de a poco, con la misma sutileza que caracteriza al cine francés.
La película se centra en el debate interno que se plantea Jean, quien debe decidir entre seguir sus impulsos o mantener la compostura y continuar adelante con su vida, su esposa y su rutina. El albañil y esposo perfecto es un hombre poco expresivo, encerrado en sí mismo; lleva una vida normal pero monótona. La aparición de la maestra provoca cambios en él que repercuten en su relación con el entorno. La esposa es quien sospecha lo que le pasa al marido, pero no hace nada para retenerlo.
Los protagonistas (que en la vida real están casados pero formalmente separados) tienen una personalidad reservada. Si bien la maestra es un poco más extrovertida y es la que toma la iniciativa –quizás por ser más joven-, ambos hablan poco. En esta relación tan frágil, los sobreentendidos y los gestos tienen más protagonismo que el diálogo.
Un elemento importante durante todo el film y que ayuda a crear un relato denso y profundo es la música, en la que prevalecen los violines acompañados de un piano. Además de ser parte importante del argumento, este recurso está utilizado para crear ambientes, acompañar sensaciones, expresar lo que las palabras no muestran por estar ausentes. Sobre todo casi al final, en uno de los momentos de mayor tensión, la música es protagonista. En un fabuloso in crescendo hace que la tensión llegue al máximo nivel, generando un clímax perfecto.
Es llamativo el uso que hace el director de paisajes, entre escenas, en los que siempre hay árboles moviéndose por el viento constante. Quizás sea esta la manera que encontró para representar los cambios que se van produciendo en el interior de Jean: hay algo nuevo en su vida que lo arrastra; rompe con su rutina y debe replantearse lo que viene.
Con el ritmo lento característico del cine francés, pero oportuno y preciso, Une Affair d’amour es un film que escarba en lo más profundo del alma de los personajes, en sus miedos, deseos y sus anhelos. Pero el director se arriesga demasiado; no hay indicios que hagan pensar que lo que sienten los protagonistas es verdadero amor, sino más bien una fuerte atracción y el deseo de poseer lo prohibido por un lado, lo nuevo y diferente por el otro. Así, el final que estética y cinematográficamente está muy bien logrado, se vuelve predecible.