Las callecitas de Buenos Aires tienen ese qué sé yo…
En una primera instancia, es imposible ver Vapor sin pensar en el modelo argumental de Antes del Amanecer de Richard Linklater (y por supuesto, la legendaria Un Buen Día). Es decir, un chico y una chica deambulan por una ciudad durante toda la noche y en el ínterin transcurren extensas charlas sobre diversos tópicos hasta que ulteriormente la pareja debe separarse. Sin embargo, al pasar los primeros minutos del metraje, se hace cada vez más palpable la distancia que quiere mantener Mariano Goldgrob de la obra de Linklater. Esta no es una película de locaciones idealizadas listas para ser visitadas por el turista de turno, es un relato que muestra el costado de Buenos Aires que el transeunte suele frecuentar. Paredes graffiteadas, subtes sin aire acondicionado, bares muertos con birra barata; ese el espacio donde sus dos protagonistas deciden moverse y camuflarse.
Vapor no contiene una trama de grandes eventos ni vueltas de tuerca, sino que hace foco en pequeños momentos y expresiones. Su eje principal son las interpretaciones de Julia Martinez Rubio y Julián Calviño; dos viejos amantes treintañeros que vagan toda la noche recordando y compartiendo nostalgia, anhelos y miedos varios. La dupla es esencial para el sustento del relato y si no fuera por su gran trabajo actoral, llena de sutilezas gestuales, la cinta no podría funcionar bajo ningún aspecto.
El ser y la nada:
Con cámaras que persiguen a los personajes de espaldas y se entrometen en las cercanías de sus rostros, Goldgrob apunta a una estética realista, casi documental (cabe mencionar que ya ha dirigido dos: Mono y ¿Que sois ahora?). Una impronta asfixiante que tiene como objetivo compartir el calor – literal y metafórico – que experimentan los personajes en su paseo nocturno. El director y guionista únicamente suspende el realismo para presentar pequeñas secuencias musicales en karaokes imposibles o paseos en Ford Falcon que podrían rotularse como herencia estílistica del llamado Nuevo Cine Argentino.
Sin embargo, ya hacía el final, da la sensación de que había mucha más tela para cortar entre la pareja protagonista. Los diálogos son deliberadamente triviales en su mayoría y pese a que son expuestos con soltura, éstos evaden varios de los puntos más fuertes e interesantes de la relación. Por otro lado, la naturaleza de dicho vínculo quizás representa el estado emocional de una franja etaria específica de la fauna porteña cada vez más presente en el cine nacional.
Conclusión :
Vapor es una película que no se queda sólo en los manierismos típicos del cine contemporáneo independiente y sale a flote gracias a muy buenas performances y un gran trabajo de dirección.