Con toques del conocido subgénero “cine detrás del cine”, Vaquero se podría denominar mejor como “actor detrás del actor”, porque la ópera prima de Juan Minujín es una lúcida, exhaustiva y por momentos asfixiante indagación acerca de los fantasmas, realidades y rutinas cotidianas de un actor argentino. Un intérprete a veces capacitado y con algún talento pero la mayor parte del tiempo mediocre, frustrado y resentido con el medio que lo rodea. El actor de Un año sin amor y Zenitram conoce muy bien, claro está, los resortes, intimidades, debilidades y desamparos de su condición, pero de todos modos tuvo el discernimiento y la capacidad de observación para poder plasmarlo en este breve y contundente momento fílmico. Su alter ego, con trabajo ocasional en cine y teatro pero con aspiraciones que exceden su módica capacidad expresiva, intenta ser parte de un western norteamericano a manos de un prestigioso e improbable cineasta que opera como todopoderoso manipulador de las ansiedades actorales nativas. Su despiadada voz interior deja en evidencia sus vanidades, perversiones y miserias que lo ponen al borde de lo patético. Brillante y verosímil formalmente, Vaquero se enriquece aún más a través de, precisamente, el aporte actoral del propio Minujin -notable-, Daniel Fanego, Leonardo Sbaraglia, Pilar Gamboa y Guillermo Arengo.