Juan MInujín es un actor argentino que ha desarrollado su carrera en teatro, televisión y cine, medio éste último en el que presentó su opera prima como director.
El título “Vaquero” no da una pista sobre el género ni tampoco sobre la temática que Minujín abordó para hacer su primer trabajo como realizador cinematográfico, y recién al comenzar la película el espectador comprueba que el realizador cuenta la historia de un actor, un tema que él, lógicamente, conoce bien.
Sinopsis de “Vaquero”
Julián Lamar es un actor de reparto en el medio cinematográfico que, como todos sus colegas, sufre altibajos laborales tanto en cantidad como en calidad, por lo que se incrementa su tendencia a la depresión.
Todos los días y todo el día está pendiente de las posibilidades de presentarse a castings, y mantener buenas relaciones con la gente del medio porque la posibilidad laboral puede surgir de la persona de la que menos se la espera.
Las cámaras lo captan como un actor que sabe hacer su trabajo y lo disfruta, pero cuando dejan de rodar siempre vuelve a tener sensación de disconformidad con su carrera, pero no puede abandonarla porque es una profesión que irremediablemente lo atrapó.
Hasta que le llega la posibilidad de integrar el elenco de una producción estadounidense, de las tantas que se filman en la Argentina y que incrementan sustancialmente la oferta laboral para los actores del país. Su rol será el de un vaquero y deberá componer su papel hablando en inglés.
Análisis y comentario
Como se menciona en párrafos anteriores, Minujín optó por contar una historia que se desarrolla en un ámbito que conoce mucho, y que en realidad parece el resumen de varias historias que el guionista seguramente vivió o vio vivir a sus colegas de actuación.
Toda la trama está cargada de un ácido cinismo y en la primera parte del filme el espectador recibe el mensaje de la confusión que reina en el alma de Julián Lamar, quien no sabe si a su depresión la causa el ficticio mundo que trasciende del cine o su propio temor a reconocer que la vida real de un actor no tiene la fluidez de la vida que se actúa.
Pero el protagonista también ve, y aquí está sin dudas la mirada del actor transformado en guionista, que ese “canto de sirenas” que se ve en las pantallas y en el escenario también atrae a personas ajenas a lo artístico que inmediatamente se suman “a vivir esa ficción”, y aquí el mensaje subliminal llega a ser corrosivo: “todos quieren pertenecer”.
Juan Minujín no tuvo que preocuparse demasiado en la dirección actoral, si bien es un rubro que maneja bien, porque en el elenco contó con experimentados actores como Leonardo Sbaraglia y Esmeralda Mitre que compusieron su roles en un mismo y sostenido nivel con lo que se logró un elenco homogéneo.
Pero a Minujín su ansía de mostrar desde adentro las falencias de un medio fabuloso le jugó una mala pasada, recién en la mitad de la narración se plantea un conflicto, cuando el metraje que pasó influye en el que “está por venir” y suma reiteraciones.
En el tratamiento dado a la imagen para que determine la situación, Minujín demuestra una gran preocupación para que su película se destaque por sobre el estilo de los filmes argentinos estrenados en 2011 con rodajes hechos dos o tres años antes, por lo que filmó muy poco con cámara en mano, quizá a sabiendas de que el abuso de ese sistema recarga las escenas y dispersa al espectador.
Es una opera prima auspiciosa de la carrera como director cinematográfico de un experimentado actor.