Nadie me quiere
Juan Minujín debuta en la dirección con un despiadado retrato sobre el mundillo de los actores (léase rodajes, castings, representantes, fiestas y cócteles de la farándula) a partir de la "doble" vida (aparentemente normal en lo exterior, turbulenta y angustiante en su interior) de un intérprete de cierto renombre en el ambiente del teatro off que intenta impulsar su carrera en las grandes ligas del cine industrial (la posibilidad de participar en un western de un realizador estadounidense a filmarse en la Argentina).
El propio Minujín -gran actor- interpreta a Julián Lamar, un cúmulo de frustraciones, resentimientos y envidias que vive bajo la sombra de un colega mucho más exitoso (Leonardo Sbaraglia) y de un padre despreciativo y psicopático (Daniel Fanego), mientras es incapaz de conectar en serio desde lo afectivo con una sensible vestuarista que lo quiere (Pilar Gamboa).
El film maneja un tono tragicómico que provoca muchas risas (por momentos nerviosas), pero para mi gusto derrapa un poco con un off (funciona como la voz interior del antihéroe) que resulta demasiado altisonante, artificial y pretencioso. Un ejemplo: "No paro de pensar en todos estos artistas que me rodean, que se quieren expresar a sí mismos, artistas vanguardistas juntando millas, iPods, memorias, píxeles, megapíxeles, zapatillas blancas, remeras antisistema, hablando del desmonte, del recalentamiento global, de la basura electrónica…" Ideas que pueden funcionar bien por escrito, pero no tanto cuando las aporta un voz omnipresente que agobia y abruma. Así, la música y ciertos momentos de la puesta terminan remitiendo al ego-trip del cine de Gaspar Noé y a un clásico como Taxi Driver.
De todas maneras, se trata de una comedia negra audaz y políticamente incorrecta (que juega a incomodar) con muy buenos pasajes, situaciones ingeniosas y observaciones impiadosas que ubican a Minujín como un talento a tener en cuenta también del otro lado de la cámara.