Elegía para actores sin fama
La dura vida del actor de reparto está bien ilustrada en «Vaquero», con el agregado de que el protagonista, obsesionado por conseguir un papelito en una superproducción hollywoodense filmada en la Argentina, además es un pésimo profesional que ni sabe leer qué lineas le tocan en un guión, piensa cualquier cosa totalmente alejada de su personaje mientras está actuando, es un resentido de los que triunfan en el medio. En síntesís, es un loser total.
«Odio ser alternativo, quiero estar con los copados», piensa obsesivamente Julián, mientras pasa las interminables horas de espera del rodaje de un film policial, donde su papel básicamente consiste en recibir sopapos y malos tratos de todo tipo. También actúa en una obra de teatro independiente, donde todos los aplausos y elogios los recibe «el gordo», situación que detesta profundamente por lo que se escucha permanentemente un en verborrágico (y no tan bien grabado a nivel técnico como el espectador desearía) monólogo interno, generalmente acompañado de estridente, y basante buena, música tecno-punk. Es comprensible, hasta su papá le habla bien de «el gordo» y no de él cada vez que menciona la obra (el padre está interpretado por Daniel Fanego de una manera que ayuda a volver interesante cada escena).
Hay un importante director de Hollywood por filmar un western andino en la Argentina, y este actor quiere estar ahí. Logra que su representante lo lleve a un evento de la producción norteamericana, le toman un casting, le hace una entrevista el asistente de dirección (momento desopilante hablado en inglés y quechua) y termina pasando el rato en su casa mirándose en el espejo con un sombrero de cowboy, en una especie de versión patética del Robert De Niro de «Taxi Driver».
En sus mejores momentos, «Vaquero» es una buena comedia sobre el mundillo de los actores sin fama, los castings donde se encuentran siempre con la misma gente, su envidia de los famosos, la hipocresía del hall luego de una funcion y todos los conocidos detalles de los «wanna be» y el detrás de cámaras, que siempre pagan y arrancan una sonrisa y alguna carcajada. El lenguaje de cine indie no siempre ayuda al desarrollo de la trama, especialmente durante los monólogos en off del protagonista que en un momento se vuelven un tanto repetitivos. La cámara movediza a veces parece ser la subjetiva de un personaje que no conocemos, pero la luz es buena, todo el elenco está muy bien y la película es breve como para no poder aburrir, lo que en el contexto de apertura del Bafici donde se dio a conocer este film es todo un logro.