Vaquero

Crítica de Miguel Frías - Clarín

Enemigo íntimo

En Vaquero , Julián Lamar (formidable Juan Minujín), actor “alternativo” que intenta conseguir un papel en un western de un director estadounidense, se consume en la hoguera de las vanidades. En las del mundo del cine y del teatro, retratadas con sarcástico conocimiento de causa, pero mucho más en las propias. El infierno, lo sabemos, son los otros: lo que hacemos nosotros de ellos. La percepción de Lamar de los demás arde de envidia, de autoflagelo, de impotencia y de rabia. Un bonzo envuelto en las llamas de su patetismo, que genera una ácida comicidad y, cómo no, empatía.

Aclaremos que Lamar odia (y se odia), aunque no desde los márgenes, al estilo arltiano, sino desde la inclusión. Hace lo que le gusta, trabajo no le falta. Pero detesta a su compañero en una obra de teatro (Guillermo Arengo), a su colega-estrella en una película nacional (Leo Sbaraglia) y seguramente a su padre (Daniel Fanego), cuya mirada, entre indolente y denigratoria, tal vez origina las sobreexigencias e impotencias del hijo.

Lo claro es que Julián, nuestro corrosivo antihéroe, está condenado a un sufrimiento muy superior al que le impone la realidad. Es un gran neurótico, como casi todos nosotros. Para mostrarlo, Minujín contrapone dos elementos: el de la vida social del personaje, transmitida a través de una mirada externa, casi imparcial; y el de la voz en off de Lamar, que se taladra constantemente la conciencia. Estos monólogos interiores no nos aportan, como suele ocurrir, información suplementaria: nos hacen compartir un repetido tormento.

Inofensivo para los demás, Lamar está siempre a punto de explotar (no es casual que se mencione a Unabomber). Padece los castings, las fiestas, las críticas. Aunque mucho más a sus colegas, que siempre ocupan el lugar que él querría o cree que querría. Lo percibimos, en especial, durante el rodaje de un policial negro, en el que Martín Alonso (Sbaraglia), actor exitoso, lo trata con cuidado, aunque Lamar lo experimente como una humillación. En las escenas en que los vemos rodar juntos, la estrella debe someter físicamente al actor de menor renombre. Ficción, pero que representa la sensación del protagonista de Vaquero .

Entre tanta frustración, tanto narcisismo, Lamar, fanático del porno por Internet, no llega a disfrutar del cariño, la protección ni el placer que le ofrece una dulce vestuarista (Pilar Gamboa). Su esfuerzo por ser tan reconocido, que se parece tanto a querido, lo ancla en la soledad. En su opera prima, Minujín logra que disfrutemos y suframos con él, con sus monólogos estridentes, incendiarios, y su realidad mucho más pasiva, entregada, filmada con notable talento.