Réquiem para un sueño Con un tema provocador, Vendrán Cosas Mejores (Better Things, 2008), ópera prima de Duane Hopkins, narra con un estilo elegante y desprejuiciado la vida de un grupo de adolescentes de un pueblo de Inglaterra y en paralelo la de sus abuelos. Duane Hopkins sitúa la acción de su película en un pueblo de Inglaterra, recurriendo a una mayoría de actores no profesionales. Mezclando con destreza cinco relatos, Vendrán Cosas Mejores se desarrolla a partir de una declaración muy explícita del ambiente: “La verdadera vida era difícil en el mejor de los casos.” Centrado en el universo de adolescentes que intentar huir de la aburrida rutina a través de las drogas (con Liam McIlfatrick en el papel principal), la agorafobia (Rachel McIntyre) o los amores sin futuro, Vendrán Cosas Mejores se caracteriza por una intriga y diálogos minimalistas y aborda en paralelo la generación de sus abuelos (una mujer moribunda y una pareja anciana en crisis de comunicación). Tantas existencias en equilibrio precario, que parecen a punto de desmoronarse, mientras que solamente una simple cortina parece separarlos de la luz. Este relato coral portador de esperanzas muy frágiles en una vida que parece de poco peso en esta atmósfera mortífera, brilla sin embargo con resplandor en cuanto a la puesta en escena. De la maestría de cambios de ritmo trabajados en el montaje a una estética muy exitosa con luces naturales, Duane Hopkins reveló en esta película que data de 2008 una singularidad y un talento que más tarde reconfirmó.
Los primeros planos de este film de 2008 muestran un paisaje gris de la zona de los Cotswolds del Reino Unido, seguido por una chica muerta con una jeringa en el brazo rodeada de elementos que indican el uso de drogas. Ese tono lúgubre inicial se desarrollará a lo largo del film de Duane Hopkins, que apuesta por la belleza visual y cierta frialdad. Centrada en un grupo de jóvenes adictos a las drogas y personas mayores que comparten el hastío, la película es un ejemplo de realismo británico con aciertos, pero cuyo trato distante hacia sus personajes evita la emoción. Sin embargo, algunas escenas acercan al público al drama humano a través de imágenes cuya fuerza radica en lo común.
LA DISTANCIA CALCULADA Es extraño que esta película de 2008 se exhiba como estreno diez años después. Es un tiempo considerable que la pone en desventaja. Primero porque durante ese lapso se han visto innumerables historias del mismo tono sórdido y lúgubre. Segundo, porque su falta de oxígeno en todo sentido la coloca dentro de esa escuela de la sordidez que parece agotada. Tristeza, abulia, depresión y adicciones. Cuatro palabras que recorren el universo azulado de los personajes, jóvenes y viejos, de la película de Duane Hopkins. No hay respiro alguno más allá de una belleza forzada, encorsetada en la tragedia cotidiana donde, como dijera Fassbinder, el amor es más frío que la muerte. Cinco historias que involucran a adolescentes y a sus abuelos en un pueblo de Inglaterra son descriptas antes que narradas y con un comienzo que marcará la estática y gélida puesta en escena: un encuadre estéticamente impecable de una chica con la jeringa clavada producto de una sobredosis. A partir de ahí la parquedad humana y expresiva se transformará en onda expansiva donde la cámara hará gala de tenues movimientos, con un ritmo comparable a los efectos de la heroína. En esta sinfonía gris, cada acción supone un letargo donde nadie quiere vivir, el pasado solo es dolor y el presente una ventana abierta a nubarrones constantes. Semejante cuadro termina por matar al propio espectador. Vendrán cosas mejores es el claro exponente en el que la dirección está por encima de todo. No puede dejar de reconocerse la virtud en la composición de los planos, en el cuidado de la iluminación y en otros aspectos técnicos, sin embargo, todo el resto queda supeditado a una especie de teatro de marionetas, con personajes sin matices cuyo horizonte es el fracaso. Tal tratamiento hacia la historia (interpretada con actores no profesionales) confirma esa tendencia de años en los que desfilan miles de películas iguales amparadas en la pose minimalista y en una sensibilidad comprada en el prestigio de los festivales, cada vez más, reductos similares a cementerios.
Rabia rabia contra la agonía de la luz. Si bien Vendrán cosas mejores data de 2008, eso significa que la contundencia de este relato coral dirigido por Duane Hopkins (Bypass, 2014) no sea un elemento narrativo importante como para vislumbrar detrás de la propuesta cinematográfica a un verdadero talento. Tampoco puede descartarse el detonante dramático y la sensación de no existir salida ante la angustia existencial cuando a la pregunta sobre el sentido de vivir sin dolor, ya sea por el despecho amoroso o simplemente el hastío de la rutina, el director le encuentre un rostro: el de una adolescente que muere por sobredosis junto a su novio, quien sobrevive y debe soportar no sólo el peso de su ausencia sino la culpa de haber quedado en pie. Por momentos en esas imágenes fijas que desdibujan pero a la vez reflejan una enorme presencia del vacío, este relato coral entrecruza la vida de un grupo de adolescentes en un pueblo de Inglaterra, todos ellos relacionados con la adolescente fallecida. A eso en paralelo debe sumarse también a sus abuelos, en el final de su recorrido por la existencia, desde una pareja de ancianos donde el hombre no perdona la infidelidad de ella y la desprecia hasta las últimas horas de una anciana enferma al cuidado de una joven. La fragilidad y la condición humana para la cual no hay límite de edad es el caldo de cultivo de este drama ascético y poderoso, que no necesita de golpe bajo alguno para reflejar en el detalle todo aquello que falta en una postal de la felicidad cuando no llega la luz ni siquiera en los días soleados.
Relato coral de nada fácil acceso, este filme que llega con diez años de retraso gracias a un loable esfuerzo de distribución, sirve para conocer a un notable director experimental que pinta contenidos con la forma. A partir de la muerte por sobredosis de heroína de una adolescente (Tess) se estructuran relatos de seres aglutinados bajo el concepto "la vida es difícil" y la más que difícil posibilidad de que sobrevivir "es para los que se no se debilitan". Así desfilan relaciones afectivas de adolescentes y ancianos. Gail, una chica con problemas de ansiedad (teme a los espacios abiertos) y su abuela, retenida en el hogar contra su voluntad. Los Goldwin, ancianos en crisis por la persistencia emocional del señor Goldwin, que no puede superar el engaño de su mujer, y los muy jóvenes Rachel y Larry. El director Duane Hopkins escoge el tono elegíaco como modo de expresión. Su fotografía, sus símbolos, su música y sonidos crean sutiles atmósferas. Imágenes fragmentadas, visiones parciales a través de vidrios esmerilados, y bellas y heladas fijaciones de espacios rurales infinitos en abrumadores planos lejanos con experimentales plataformas sonoras integran un universo expresivo que ralenta el ritmo, pero enriquece las sensaciones. SINO TRAGICO Adolescentes que en general realizan sus primeras incursiones en el cine, algunos de ellos veteranos en el uso de drogas duras (Liam Mclifatrick, el Rob de la historia, muere poco después de la filmación, a los 24 años) y adultos sí con experiencia actoral integran un elenco sin fisuras. Un filme difícil y un director singular.
“Vendrán lluvias suaves y olor a tierra mojada”, así se iniciaba un texto centenario de la poetisa estadounidense Sara Teasdale. La composición, homónima a este filme, es aprovechada por el realizador santafesino Iván Fund para brindarle mayor vuelo poético a este trabajo para que acompañe la belleza de las imágenes fotografiadas por Gustavo Schiaffino, colaborador de Gustavo Fontán en películas como El limonero Real o La casa. Vendrán lluvias suaves es un tímido acercamiento del realizador al universo del cine fantástico. A partir de un apagón que ocurre en toda la pequeña ciudad los adultos no vuelven a despertar de un sueño que se prolongará a lo largo del relato. Desde ese momento un puñado de niños, acompañados de sus perros se las apañarán para vivir solos, sin la mirada de los padres y se hacen dueños de la ciudad en medio del miedo y la incertidumbre. Lo cierto es que si bien el filme tiene un punto de partida interesante y una serie de logros formales (fundamentalmente la fotografía ya aludida y su puesta en escena), sus debilidades, encabezadas por la extrema cadencia del relato y una banda sonora sobrecargada, terminan diluyendo el resultado final. El elenco de niños trabaja con naturalidad, hay química entre ellos, pero el guion no les permite el lucimiento. Es curioso como el filme se aleja de todo lo bueno que puede representar un elenco juvenil. No aparecen aquí la sensación de peligro inminente y aventura vital de Super8 (J.J. Abrams, 2011) o la serie Stranger Things, ni la profundidad de Demi-tarif (Isild Le Besco, 2003) en la que los niños debían sostener solos la cotidianidad del hogar frente al absoluto abandono parental. Partiendo desde un planteo inspirado en el cine de género fantástico Iván Fund termina construyendo una obra audiovisual que parece mucho más preocupada por la belleza de su universo visual que por la construcción de un relato sólido, envolvente. Cuando lo fantástico vuelva a hacerse presente muchos ya habrán perdido el interés en la suerte de los personajes. Por Fausto Nicolás Balbi @FaustoNB