HISTORIA FRAGMENTADA
La ópera prima del realizador chileno Alvaro de la Barra es un trágico y personal documento, que en su por momentos errática maraña de testimonios encuentra su rumbo en un epílogo tan contundente como emotivo que lleva a repensar la totalidad del documental. La crisis de identidad del realizador, que también es el protagonista de esta singular odisea por recuperar sus orígenes, nos envuelve sin apelar a golpes bajos, siguiendo un relato uniforme en off que a menudo suena con una certeza que se resquebraja en las imágenes. La razón es sencilla: la seguridad de la voz, los hechos, los datos, se contraponen con las miradas perdidas, los ojos lacrimosos, en síntesis, las variadas emociones por las que atraviesa De la Barra al reconstruir su historia desde las voces de la gente que ha conocido a sus padres. Uno puede intuir pudor pero también humildad al no exponer sus emociones subrayando lo que ya se describe a través de los testimonios y sus reacciones, algo que lo hace más espectador que protagonista del relato.
Venían a buscarme narra la vida de Alvaro, que nació un mes antes del infame golpe de estado que derrocó a Salvador Allende en el año 1973. Este dato es clave porque sus padres fueron militantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), defensores acérrimos del gobierno de Allende y, por lo tanto, buscados incansablemente por la junta militar encabezada por Augusto Pinochet. Eventualmente sus padres son asesinados a disparos en una emboscada, justo cuando las fuerzas militares iban a buscarlo al jardín de infantes donde se encontraba, llevando a que tenga que permanecer en la clandestinidad, de mano en mano, hasta que finalmente logran exiliarlo. El pequeño Alvaro crece con un padre sustituto que resulta ser su tío, Pablo, en Venezuela y luego, en su adolescencia, emprende su camino a Francia. Siempre conservando la foto de sus padres. Una vez es reconocido por la Justicia chilena como su hijo, decide volver en democracia para reconstruir su historia, para darle forma a los rostros de las fotografías. El proceso es doloroso y extenuante, no sólo por el testimonio de un pasado familiar que le resulta ajeno por el paso del tiempo y la distancia, sino también porque se expone a los detalles de la muerte de sus padres y la intriga de una posible entregadora. Esto le da vigencia a las heridas, sin poder terminar de cerrar la cicatriz a pesar del paso del tiempo, pero logrando una superación al ir uniendo las piezas del complejo rompecabezas de su identidad, la razón de su retorno a una Chile en democracia.
El film no sorprende desde lo formal, se sostiene sólidamente en el marco que da lo testimonial, buscando naturalizar el encuentro con un pasado ajeno a Alvaro. Por momentos esto se sostiene con desprolijidad y resulta un tanto errático, algunos de los testimonios no resultan enriquecedores para su historia personal pero, en otros momentos se agradece esta desprolijidad que termina en momentos de humor involuntario: al internarse a los cimientos del que alguna vez había sido su jardín de infantes, ahora ruinas en el proceso de la construcción de una lujosa torre, el relato de la que fuera una docente del establecimiento se ve interrumpido por un capataz al que no se le había consultado que podían pasar a la construcción. Este quiebre en la narración fluye de la misma forma que el llanto y el abrazo de otro sobreviviente, en un momento en el que no puede continuar con el relato de lo que implica la pérdida. Sin embargo ningún segmento tiene la contundencia y sutileza, al mismo tiempo, que el doloroso epílogo: rara vez tres fotografías y un relato en off pueden conmover de una forma tan visceral como lo hace este documental, reflexionando a través de figuras fantasmales sobre el dolor de la ausencia.