El director aborda una temática difícil (el asesinato de sus padres y la consiguiente separación de sus abuelos en el marco del Terrorismo de Estado del Chile de los años ‘70) la cual consigue expresar con suficiente intimidad.
La narración escoge una exhibición caleidoscópica de pequeñas historias, documentos y testimonios que ofrecen familiares y compañeros y militancia, pero sin confrontar este material con preguntas definidas y articuladas sobre el pasado de sus padres, las motivaciones, sus razones para la militancia, etc. Es posible que las condiciones para formular dichas preguntas hayan quedado truncadas en aquella mañana de 1974, donde todo quedará finalmente reducido a aquella ventana, a través de la cual Álvaro cree recordar el sonido de la risa de los niños (el recuerdo sonoro de su propia infancia), y que ahora deviene en la pantalla cinematográfica, por medio de la cual el realizador pretende asomarse a la vida de sus padres para recomponer, no sólo una identidad perdida -ahora recuperada- sino el sentido mismo de la unidad, tesoro final que el realizador revela en los márgenes de una fotografía insospechada.
Dos fotografías enmarcan todo el sentido del texto: la foto de su padre, que el realizador descubre como incompleta al llegar al visitar a una prima de su padre en Chile; y la foto del propio Álvaro unos pocos días antes de la muerte de sus padres. Y es esta última foto, que también se le revela como incompleta, la que resolverá el enigma del sentido: la misma mirada del niño que revela la presencia de la ausencia de los padres, es también la que descubre que sus padres han estado desde siempre en esa mirada.