Lejos de las tergiversaciones de Michael Moore, fuera de las reconstrucciones milimétricas de Errol Morris o de los grandilocuentes escenarios y personajes de Werner Herzog; Venían a buscarme -de Álvaro de la Barra- parte de un distanciamiento indeciso que falla en esclarecer nexos entre una familia particular y los eventos correspondientes al régimen militar de Pinochet. De lo singular a lo general, de la historia del protagonista a la historia de Chile.
El documental retrata la historia de Pablo de la Barra, hijo de desaparecidos (militantes del MIR), en la búsqueda que emprende para recuperar su identidad. De esta forma, visitará a varios parientes y amigos, los cuales, en el transcurso de la película, le irán aportando información sobre sus padres y sobre sí mismo.
La premisa recién mencionada nos retrotrae a esa película rareza llamada Vals con Bashir. Parte documental, parte animación pre-filmada, el film de Ari Folman se desarrolla a partir de la búsqueda del propio Folman para descubrir qué fue lo que ocurrió durante su participación en la guerra del Líbano. A fines de llevar a cabo su empresa, recurre a diversos testimonios de familiares y amigos, como también hace Pablo de la Barra en este documental.
Una película como Venían a buscarme, donde la narración se basa enteramente en los testimonios compartidos, necesita que dichas entrevistas sean gratificantes en dos puntos fundamentales. Primero, que dichos encuentros sirvan para hacer avanzar la narración; en este caso, ir conociendo más sobre Pablo y su historia. Segundo, que cada testimonio sea interesante de por sí y tenga esas particularidades que lo hagan resaltar; en fin, que nos resulte memorable.
Durante la primera media hora de película, Venían a buscarme pone en escena testimonios conmovedores: el reencuentro entre Pablo y la tía que lo albergó durante su exilio en París, siendo él apenas un bebe; la visita a otra tía y el descubrimiento de fotos desconocidas de sus padres; la historia sobre la azafata que lo hizo viajar de incógnito durante un vuelo de línea; el momento en que Pablo encuentra el diario intimo de su madre; el caluroso relato del tío de Pablo sobre su convivencia en Venezuela junto a varios exiliados chilenos.
Esta media hora inicial pone en escena de manera excelsa los testimonios descriptos. El problema es que a continuación, progresivamente, la película comienza a dedicarse de lleno a la historia política del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria). La enorme -e interesante- familia de Pablo es dejada de lado para poner foco en los padres, únicamente desde su militancia. De esta forma, los testimonios se tornan circunstanciales y desplegados solamente a partir de los compañeros militantes de los padres de Pablo.
Este recurso se extiende hasta el cierre del documental. Aquí vemos a Pablo caminando por Santiago de Chile en la actualidad mientras su voz en off remata: “Mis padres lucharon por una sociedad igualitaria (…) El Chile de hoy está lejos de los ideales por los que dieron sus vidas”. La cachetada/alegoría final niega los momentos cuidadosamente elaborados en el inicio de la película. Una lástima, porque estaban logrados de modo genuino.
Para terminar, este documental/retrato, en su forma y despliegue, me hizo acordar al mítico fotógrafo Richard Avedon y su particular obra como retratista. Se dice que entre el retratista y el retratado existe una puja, una lucha de imposición. El retratado tiene una imagen de sí que quiere propagar, mientras que el retratista tiene a su vez una idea del otro que busca poner en imágenes. De esta puja siempre presente, Avedon se las ingeniaba para salir victorioso.
No podría decir lo mismo respecto de Álvaro de la Barra y su Venían a buscarme.