Vera

Crítica de Gustavo Castagna - A Sala Llena

EN EL NOMBRE DEL PADRE

Vera Gemma posa para los fotógrafos con su rostro invadido por las cirugías. Tiene un chofer propio, de particulares características, se reúne con su hermana Giuliana, recuerdan a su padre y especialmente exalta el cuerpo de Apolo de aquel actor de westerns spaghettis y policiales (y que llegó a filmar en Argentina: Ya no hay hombres, película olvidable). Vera va de casting en casting, tiene un representante poco preocupado por ella sino por los contactos que pueda obtener para engrosar su alicaída cuenta bancaria.

Vera reflexiona, opina, observa a su alrededor desde su origen del Trastevere romano. Difícil ser la “hija de” cuando su vida parece estancada y a la búsqueda de un lugar en el mundo. Pero Vera Gemma es inquieta, se mueve todo el tiempo, divaga en diferentes espacios intentando no caer en una rutina que puede resultar fatal.

La octava película de la italiana Tizza Covi y el austríaco Rainer Frimmel (responsables de La pivellina) recorre una vida inestable, a un personaje frágil, en principio poco empático con el espectador, que empieza a transmitir seducción y carisma de acuerdo al devenir de los acontecimientos. Alguno más que inesperado.

Ocurre que Vera no es solo la construcción de un personaje rememorando a un padre celebrado por el cine. La estructura narrativa del film gira hacia otra zona, a las costuras de una película neorrealista siglo 21, a propósito de un accidente que daña a un chico, la presencia de su padre de profesión mecánico, un hogar de clase media baja y sobreviviente y un paisaje novedoso para la protagonista, lejos del auto y el chofer propio, los castings y las fotos de los paparazzis.

En esas dos vertientes temáticas oscila Vera, yendo y viniendo de la historia personal y privada al suceso impensado, al descubrimiento de un nuevo mundo al que el personaje accede por casualidad. Allí la película decide su destino definitivo: no anclarse en la nostalgia por un pasado cinéfilo a través de la rémora de un padre actor sino meterse de lleno en la historia de Vera, ya sin necesidad del sustento vía apellido, ahora solo desde ella, con sus carencias y virtudes, su rostro de sorpresa en ese hogar ajeno, sus visitas al taller mecánico, su rol de madre de ese chico al que protege contra todos los males de este mundo.

Sí, claro, el imponente cuadro de Giuliano Gemma en la casa de Vera y junto a la cama (vaya Edipo) seguirá gobernando o acaso guiando las acciones de la atribulada hija. Pero Vera es Vera a secas ya sin el Padre Apolo como necesidad.

Por eso, la escena en la que se encuentra con Asia Argento y ambas concurren a un cementerio donde está enterrado “el hijo de Goethe” termina resultando antagónica al devenir del relato. Allí, como construcción emotiva de la memoria cinéfila el impacto hacia el espectador es inmediato y eficaz. Pero poco tendrá que ver con esa Vera que camina y camina, como se observa en la última toma de la película, tal vez menos frágil que antes y ya sin necesidad de trascender por su famoso apellido.