"Vera": el peso de ser la hija de Giuliano Gemma
No se trata de un documental, al menos no de forma convencional. Porque si bien la película está organizada en torno a la protagonista, también hay una trama de ficción, a la que bien podría catalogarse de neo-neorrealista.
“¿Estás lista?”, le pregunta a Vera un director de teatro antes de comenzar una prueba de casting. Ella lo mira de costado, pero es difícil interpretar si el gesto es de amabilidad o desdén. La expresión más reconocible de Vera es una especie de sonrisa involuntaria, producto de la acumulación de cirugías estéticas, que le da un aire de familia con el Guasón de Heath Ledger. La respuesta de la mujer, que tiene poco más de 50 años –aunque podrían ser más (o menos)—, es casi tan difícil de interpretar como su rostro. “Una nunca está lista en la vida”, dice ella con los ojos oblicuos clavados en el dramaturgo, que parece más interesado en terminar de armarse un porro que en sostener un contacto humano con la persona que tiene adelante. Entonces Vera recita “El infinito”, una de las obras más conocidas del poeta romántico italiano Giacomo Leopardi.
Lejos de ser una declaración de principios, esa certeza de nunca estar lista para nada se parece más a la resignación que al nihilismo. La seguridad de que no hay nada por hacer, como si la vida fuera solo dejarse arrastrar por una corriente que fluye a pesar de uno. Esa sensación atraviesa todo lo que dura Vera, octava película dirigida por la dupla que integran la italiana Tizza Covi y el austríaco Rainer Frimmel, cuyo trabajo más recordado es la estupenda La pivellina (2009). La mujer en cuestión es Vera, la hija menor de Giuliano Gemma, una de las estrellas italianas más populares del cine en las décadas de 1960, 1970 e incluso de 1980, famoso sobre todo por su participación en las películas de vaqueros que en esa época se filmaban en el sur de Europa con repartos internacionales.
Para Vera el vínculo con su padre no es inocuo. Por un lado lo venera como a la encarnación del dios Apolo, como si su mayor atributo hubiera sido una belleza física deslumbrante. Don que la protagonista confirma con la proyección de películas familiares rodadas durante unas vacaciones en la playa, cuando ella y su hermana mayor, Giuliana, tenían no más de tres o cuatro años. En efecto, la fotogenia de Giuliano era innegable. Tanto que la pobre Vera sintió toda su vida que se trataba de competencia desleal, una hermosura olímpica que ella no había heredado. Y por eso tanta operación en busca de una belleza cada vez más inalcanzable; por eso la afirmación de que ahora su ideal estético es el de las mujeres trans.
La trama edípica se afirma en la escena en que Vera visita a su amiga Asia, que no es otra que Asia Argento, la segunda hija de una celebridad del cine italiano de aquella época, el cineasta Dario Argento. Como si se tratara de un club de autoayuda para quienes crecieron bajo el estigma de ser “hijos de…”, Vera y Asia visitan el cementerio de Roma en el que está enterrado August von Goethe, hijo del poeta alemán, en cuya lápida no figura su nombre, sino que apenas se lee: “El hijo de Goethe”. Frente a tamaña anulación de la identidad de un hijo bajo el peso del padre, las dos mujeres no pueden sino sentir que las une al pobre August un espíritu de hermandad, que ambas transitan aferradas al humor ácido que comparten.
Pero Vera no es un documental, al menos no de forma convencional. Porque si bien la película está organizada en torno a la protagonista, a sus actividades cotidianas y a la forma en que su mundo interior se proyecta en ellas, también hay una trama de ficción, a la que bien podría catalogarse de neo-neorrealista. La misma está vinculada a un accidente de tránsito, en el que el chofer de Vera atropella a un niño, hijo de un mecánico, y al vínculo que la mujer comienza a generar con ellos. El recurso es usado, entre otras cosas, para generar contrastes. Por ejemplo, el que surge al enfrentar el entorno artificial que rodea a la mujer, que compra zapatos como si quisiera rellenar con ellos una existencia hueca, con la contundencia carnal de la “vida real”, la de la clase obrera, también repleta de huecos, aunque en este caso más esenciales. El resultado es bienvenídamente extraño. Habrá que ve si ese trayecto le sirve a Vera para repensar su propio destino.