Los discursos y sus grietas
Fue probablemente Karl Marx, con El capital, quien primero entendió de manera cabal que muchas veces la mejor manera de plantar bandera frente a una posición contraria determinada es analizar y exponer cómo está construido su discurso, cómo monta sus estructuras de dominación y las contradicciones que oculta o incluso evidencia. Otro que entendió esto muy bien fue Edward R. Murrow, que hizo un trabajo de demolición argumentativo con Joseph McCarthy, utilizando sus discursos para que se les volviera en contra, tal como está reflejado en Buenas noches, y buena suerte. Lo mismo se puede decir de los directores Damián Finvarb y Ariel Borenstein al analizar Viaje al centro de la producción.
El documental aborda el ámbito de la producción automotriz argentina -uno de los sectores que de acuerdo a sus altas y bajas marca el pulso del país- y es en su primera parte, donde analiza puntillosamente pero sin resignar potencia y capacidad didáctica todo el campo de fuerzas, donde adquiere mayor interés. Allí tenemos una narración equilibrada, que no necesita bajar línea bruscamente y que recurre a cifras muy específicas para ir detallando las distintas etapas de crecimiento o decrecimiento de la industria, pero también para detallar quiénes son los diferentes actores sociales, políticos y económicos involucrados.
Ahí es donde aparece la inteligencia para darle voz no sólo a los trabajadores, sino también a los políticos y empresarios. Esta decisión, para nada ingenua, pone al desnudo a algunos protagonistas, los deja en ridículo cuando queda a la vista -muy a la vista- sus contradicciones, ambiciones, intereses y miserias. No deja de ser bello -por lo verdadero, porque como decía el poeta John Keats, “la belleza es la verdad, la verdad es belleza, esto es todo… lo que necesitas saber”- ver a los ejecutivos sólo preocupados por facturar del modo que sea y enorgullecerse por eso en eventos como El Salón del Automóvil; al sindicalista Ricardo Pignanelli ubicándose del otro lado del mostrador y atacando a los trabajadores a los que debería defender; y a la Presidente de la Nación, en un discurso sumamente sincero, dejando en claro que para ella, cuando los trabajadores -según su criterio- están bien, no deberían protestar y lo mejor sería que se callaran la boca, no sea cosa que la situación se les complique. Belleza, pura belleza en imágenes.
Sin embargo, en su segunda parte, donde se concentra en las medidas de protesta de los trabajadores, es decir, en el avance del conflicto antes planteado, Viaje al centro de la producción pierde sutileza y se pone sentenciosa, como evidenciando que no le cuesta construir otro al que enfrentarse pero sí hilvanar una identidad propia, sin subrayados. Esto se puede vincular con un problema de larga data del cine político de izquierda en la Argentina, pero también con todas las expresiones lingüísticas de la izquierda y hasta con todo el lenguaje político argentino en general, en todas sus vertientes ideológicas: la excesiva preocupación por sostenerse a partir del enfrentamiento con un enemigo en vez de edificar algo propio. Aún así, no deja de ser una película muy interesante en su retrato de aspectos que están escondidos pero también a la vista, naturalizados o directamente aceptados, para exponerlos en sus niveles de violencia y ponerlos en crisis.