De hippies, yerbas y enredos
Difícil que una noticia que anuncie el lanzamiento de una nueva película de Paul Thomas Anderson pase desapercibida. Es que el director ha sabido diferenciarse con un estilo muy particular que, más allá de que pueda dividir aguas es, como mínimo, llamativo y cautivador. Inherent Vice representa su último trabajo hasta el momento y probablemente su peor cosecha. Lamentablemente la enrevesada y confusa historia que nos narra (basada en una novela de Thomas Pynchon) se desmigaja conforme los minutos transcurren, perdiendo fuerza de forma progresiva y haciéndose cada vez más densa.
Joaquin Phoenix vuelve a encabezar el protagónico encarnando a un excéntrico detective privado llamado Larry Sportello que ante la visita y el pedido de su ex novia, se adentra en un caso bastante misterioso y complejo. El doc Sportello se mueve de un lado hacia otro (siempre bajo los efectos de la marihuana) descubriendo pistas y topándose en su camino con sujetos de toda calaña, viéndose envuelto en diferentes tipos de embrollos.
Uno de los problemas principales de Inherent Vice surge de la decepción que percibe el espectador ante un producto que nada tiene que hacer en comparación con las obras anteriores que supo crear Paul Thomas Anderson. Por citar algunos ejemplos, se puede mencionar que el realizador californiano ha conseguido fascinar con aquel intenso e ingenioso film de historias cruzadas, denominado Magnolia y manteniendo al público hipnotizado pese a las más de tres horas de duración que poseía. También logró conquistarnos mostrando su capacidad para cambiar de matiz con Punch-Drunk Love, esa extrañísima y brillante comedia romántica en la que Adam Sandler nos regaló una de las mejores interpretaciones de su carrera. El grado de desilusión, entonces, es más alto precisamente por la expectativa que genera de antemano la exposición de cualquier labor que involucre a Anderson.
Inherent Vice se vale de un reparto de lujo en donde Joaquin Phoenix se destaca demostrando una vez más su versatilidad. Josh Brolin acompaña de buena forma, constituyendo el dúo, posiblemente, uno de los puntos más fuertes de la película. Lo que se presenta como una narración intrigante comienza a desarmarse poco a poco bordeando lo tedioso y poniendo en riesgo la atención que el observador está dispuesto a prestar. Esta especie de comedia combinada con cine neo-noir sufre de momentos casi soporíferos, como asimismo ocurría en The Master, a diferencia de que la última mencionada sacaba provecho del plus que le otorgaba su peculiar dosis de magnetismo visual.
La ambientación, el vestuario y el retrato de una sociedad corrompida en varios aspectos no alcanzan, más allá del tono satírico empleado, para entregarnos un producto convincente. Dos horas y media en las que sobran unos cuantos minutos, sobre todo por el modo elegido para exhibirnos los eventos. En el film hay lugar para que desfilen diversos personajes (y caras conocidas como Reese Witherspoon y Owen Wilson); también para que las cosas se tornen confusas en algunos pasajes. Muchos de estos elementos son los que no terminan de enganchar, de conectar, dejando un sabor más amargo de lo esperado, sobre todo por tratarse de una obra proveniente de un director de la magnitud de Paul Thomas Anderson.
LO MEJOR: las actuaciones. Algunas secuencias aisladas. Rubro técnico.
LO PEOR: el modo en que se narran los acontecimientos. El aire de pesadez se apodera en escala creciente del relato. Extensa en demasía.
PUNTAJE: 4,6