Clima delirante
Adaptación de la novela de Thomas Pynchon, crea una atmósfera absurda para contar el policial.
Celebramos las profundidades del cine. Las de las tramas y las supratramas. Aunque Vicio propio, por su complejidad, no logre del todo ese cometido, el de crear una atmósfera absurda y contar a la vez un policial, sí se sumerge en esas aguas. Aguas que navegó antes Thomas Pynchon, autor de la novela homónima. Desafío que retoma Paul Thomas Anderson siguiendo al Doc Sportello (Joaquin Phoenix, de gran actuación) en su lisérgico derrotero como detective privado en la ciudad de Los Angeles, en los ‘70 en un mundo teñido por el surrealismo de Pynchon. Un llamado al cine arte.
Al Doc Sportello, pariente cercano de The Dude, el personaje de Jeff Bridges en El gran Lebowski, lo traiciona la paranoia, apenas manejada con el consumo permanente de marihuana. Paranoia acrecentada cuando Shasta (Katherine Waterston) su infartante ex, requiere sus servicios para encontrar a su nuevo amante, un empresario inmobiliario que también sucumbe bajo el efecto de las drogas, y los planes maléficos de su mujer.
Digamos que es una experiencia que excede el terreno cinematográfico, difícil de seguir por momentos, apuntada a un tipo de lector, de espectador, fascinado con los mundos paralelos que van tejiendo las palabras y las imágenes.
Sobra ironía en este retrato empalagoso por el que desfilan personajes bien caracterizados. Algunos queribles, como el informante que interpreta Owen Wilson, a la par de bizarros policías devenidos en hippies, organizaciones secretas estrafalarias, y el sobrevuelo de Charles Manson y su “familia”, en una California donde reina la corrupción, y el sexo jamás consumado, pero siempre latente, en esas raras masajistas orientales.
Y Sportello sueña, con un pasado de felicidad, idealizado en su conexión con Shasta, porque su presente está dominado por puras incoherencias. Y Anderson se dio el gusto, de adaptar por primera vez a Pynchon, que no dará su opinión, como jamás dio una entrevista.
Que quede claro, toda fascinación que pueda provocar esta película, nada tendra que ver con la trama. La apuesta es a un clima delirante, perdido en el tiempo, en la mezcla setentista con vicios propios y ajenos. Y veremos en qué liga juega Anderson, y si esta muestra es sólo un vicio pasajero.