Debo admitir que Paul Thomas Anderson no es santo de mi devoción, y su última película no me ofrece muchos elementos para cambiar de opinión. El director y guionista se mete con la adaptación de la novela homónima escrita por Thomas Pynchon publicada en 2009, una trama que roza la clásica novela negra, pero con la psicodélica y desvergonzada California de los albores de la década del setenta como escenario.
Anderson saca el mejor provecho del relato de Pynchon que, admitámoslo, le calza como anillo al dedo a su característico estilo y a sus obras corales cargadas de talento actoral, una puesta en escena meticulosa y una increíble banda sonora al tono.
A lo largo de 150 minutos (sí, un exceso, pero el tiempo necesario para desarrollar los mil y un recovecos argumentales de la novela), el realizador nos pasea por una trama con toques de humor, drama, romance, crimen y todas las sustancias alucinógenas que quieran. Lo que comienza siendo una comedia detectivesca con un trasfondo amoroso, pronto muta en algo más serio, violento y conspirativo, sin dejar por un momento la filosofía y la contemplación de lado.
Fantasía y realidad se mezclan un poco, o mejor dicho, conviven sin problema y nos hacen dudar de la veracidad de lo que está pasando en la pantalla. Si es a propósito o no, ya no importa, porque parte de esa magia se pierde entre los incontables diálogos y la voz en off que guía la historia. Una verborragia incontenida, poética y metafísica (o tal vez sobreanalítica), que desconcierta en cierto punto y puede hacerle perder el hilo de la trama (así como el de cualquiera de las conversaciones) a cualquier espectador desprevenido.
“Vicio Propio” (Inherent Vice, 2014) se deja llevar por los excesos (de toda clase), tanto fuera como dentro de la pantalla, y es ahí donde falla para la audiencia en general, no acostumbrada al estilo de Anderson o al de Pynchon.
Larry ‘Doc’ Sportello (Joaquin Phoenix), un relajadísimo detective de Los Ángeles, queda metido hasta el cuello en un complot de secuestro cuando decide ayudar a su ex noviecita Shasta Fay (Katherine Waterston) y a su nuevo amante -el multimillonario Mickey Wolfmann (Eric Roberts)-, cuya esposa y su nuevo compañero amoroso andan con ganas de encerrar en un loquero para apropiarse de su fortuna. Pero el problema toma otros tintes cuando la chica desaparece y las investigaciones de Doc terminan implicándolo en otros asuntos, incluyendo el tráfico de drogas, grandes negocios inmobiliarios, mafiosos, hippies desaparecidos, la Hermandad Aria y una extraña clínica dental, un quilombo general donde empiezan a confluir muchos de sus casos.
Doc tiene sus recursos, sus contactos y cierta ayuda por parte de su actual pareja Penny (Reese Witherspoon) y Sauncho Smilax, Esq. (Benicio del Toro), pero también tiene su némesis: Christian F. ‘Bigfoot’ Bjornsen, un detective de la policía de Los Ángeles que se la tiene bien jurada.
Cada personaje deja su impronta, arquetipos de una historia tan enmarañada como alucinógena. Son encantadores, exagerados, símbolos de una época donde choca la libertad absoluta con el más estricto institucionalismo. También hay que sumar a Owen Wilson, Jena Malone, Joanna Newsom, Maya Rudolph y Martin Short, entre otros, pero tanto talento no alcanza para terminar de darle forma concreta a una obra que se queda a mitad de camino entre el absurdo de su protagonista y “filosófico” de su relato. Hablando mal y pronto: termina siendo un viaje bastante aburrido.