El posmodernismo o la lógica cultural de la nostalgia avanzada.
Uno de los motivos de celebración, por el estreno de Vicio Propio, es que se trata de la primera transposición cinematográfica de un texto de Thomas Pynchon, autor de voluminosos libros, en los que la historia siempre se ubica majestuosamente como un trasfondo de primer plano de sus narraciones (ver El Arcoíris de la Gravedad, su novela más sofisticada). En Vicio Propio la mirada de época se posa sobre la contracultura del modernismo, en el final de los sesenta, en un escenario como la costa californiana, receptora de nuevos personajes, muchos de ellos en el camino de la mutación -precisamente- de ese modernismo a una hibridez, todavía no clarificada. La hibridez es nada menos que el posmodernismo; un proceso cultural incierto e impreciso en sus rasgos. En cierta forma, Pynchon y Paul Thomas Anderson (apropiador legítimo de la obra) se encargan -desde un formato ficcional- de delimitar cierto territorio pero sin la necesidad de arribar a respuestas tajantes al problema sobre la ausencia de rigurosidad en el posmodernismo.
El protagonista de Vicio Propio es Doc Sportello (Joaquin Phoenix), un representante de esa mencionada contracultura de fines de los 60 y además detective privado en plan de ayudar a su ex en la búsqueda de su actual pareja, Mickey Wolffman, especulador inmobiliario multimillonario, desaparecido luego de pergeñar un plan redentor que destinara unas tierras a los pobres, desamparados y otras minorías marginadas, un plan horrífico para el FBI y otros conspiradores de la flamante administración Nixon. Anderson aboga, al igual que Pynchon, por la teoría de un estado omnipresente en la contracultura, como un observador siempre activo -ocasionalmente aquí- del comportamiento de estos seres: los hippies, quienes tenían ideas delirantes (y no tanto) sobre tecnología, ecología y demás cuestiones, que en un tiempo se convertirían en primordiales.
Claro que la historia es la de un Phillip Marlowe moderno, encarnado por uno de estos estereotipos de esa época; un hippie saliente interpretado por el más unplugged de las versiones posibles de Joaquin Phoenix (a pesar de que el trailer de esta película insinúe lo contrario). Lo de saliente tiene que ver con el tránsito fronterizo entre un período y otro, la necesidad inconsciente de mutar, de pasar a un nuevo estadio cultural. La búsqueda laberíntica, de la que Anderson se pliega al texto fuente, se desdobla en varias salidas posibles y en vueltas -incluso- innecesarias para revelar el misterio pero que sí resultan fundamentales para la exposición topográfica costera de una California atiborrada de hippies salientes, surfers en auge y algunos rockeros que perdurarían un tiempo más.
En Vicio Propio se tiende un manto de ensueño nostálgico sin la retórica virtuosa habitual de Paul Thomas Anderson, lo que se puede traducir en una autocensura necesaria del director de The Master porque la historia de Doc Sportello y su camino “heroico” no precisa de paneos violentos ni de zooms scorsesianos, más bien de unos encuadres estáticos y perfectos que componen una estrategia visual austera para el cine de este formidable autor, generando de todos modos una sobrecarga descriptiva y barroca (aquí sí podríamos determinar un rasgo retórico posmodernista). Sería muy sencillo tomar a Vicio Propio de las patas superficiales temáticas y trazarla como un intento neo noir de las estructuras detectivescas de la serie negra, de la misma manera que dejarse llevar por el humo de los alucinógenos que desfilan durante gran parte de las dos horas y media de su metraje y tildar, así, a esta película como una comedia policial hippie de enredos. Anderson transpone no solo la novela más celebrada y crítica de Pynchon, sino también un escenario impreciso, irónico y ondulante como las olas de Gordita Beach, el balneario ficticio en el que vive el querido Doc Sportello.