Las drogas y las mujeres
Sin tratarse de una de las mejores películas de Paul Thomas Anderson, por supuesto muy lejos de las excelentes Petróleo Sangriento (2007) y The Master (2012), Vicio Propio (2014) explora los límites del cine alucinatorio y los del propio realizador a partir de la puesta a punto de la adaptación de una novela de Thomas Pynchon en la que la galería de personajes estrambóticos, por no decir freaks, atraviesa el universo interior del protagonista: una suerte de detective privado, fumón, encargado de resolver una serie de misterios de alcoba en torno a la repentina desaparición de un magnate de los bienes raíces, Michael Z. Wolffman (Eric Roberts), amante de la ex novia del detective, Shasta Fay Hepworth (Katerine Waterson), quien recurre a sus servicios para que la ayude a frustrar un plan orquestado por la esposa del magnate junto a su joven amante, que tiene por objeto encerrarlo en un manicomio para quedarse con toda su fortuna.
Hasta ese punto uno no puede dejar de pensar en la atmósfera ambigua que sostenía, por ejemplo la película de los hermanos Coen El Gran Lebowsky (1998), desde el punto de vista de eliminar la frontera entre la realidad y la propia alucinación para conjugar esos elementos en un espacio y tiempo interno, no cronológico y no lineal. El problema básico del film de Paul Thomas Anderson radica en que esa conjunción de planos de realidades se aplica únicamente al derrotero errático y fumeta del propio detective Larry Sportello (Joaquín Phoenix), en plena sintonía con su ritmo parsimonioso y lentitud para desarrollar hipótesis o abrir líneas de investigación cuando la trama en sí por su grado de complejidad requiere mayor rigor que ese desparpajo incontrolable y por momentos tan digresivo como gratuito. Demasiado cotillón y artificio para que surjan en el seno de su poco ortodoxa investigación un puñado de situaciones absurdas y personajes funcionales a ese grado de absurdo, sin un peso específico que los separe de la mera circunstancialidad. Entre ellos, una serie de mujeres que irán apareciendo a lo largo de los 148 minutos con aportes mínimos de información para el espectador pero con la impronta de la sensualidad y toda la carga sexual reprimida (paradójico, pensando que la ambientación obedece a los años 70), siempre teniendo presente el punto de vista difuso del detective, para quien las mujeres y las drogas representan la misma tentación y por añadidura el vicio inherente (Inherent Vice) que pregona el título.
Un vicio que por una parte no deja de ser un adecuado pretexto para dar rienda suelta a ideas locas que el director de Magnolia no alcanza a desarrollar con la eficacia esperada en él, además de apoyarse casi en un cien por cien en la ductilidad de Joaquín Phoenix para cargarle a sus espaldas el propio peso muerto de la falta de sustancia del relato, donde no hay, por ejemplo, diálogos brillantes y si el exceso de datos y palabras que desvían la atención de la torpe investigación; que suman nombres y personajes secundarios completamente irrelevantes pero lo más llamativo es que tampoco alcanza con el humor o la irreverencia permanente, recurso que no encuentra equilibro y sentido bajo las coordenadas del tono que predomina en el film.
Desde el punto de vista de lo formal, se puede destacar la correcta ambientación de fines de los ’70 y la copia explícita de un estilo cinematográfico característico de la época, aunque ese detalle va en desmedro del propio estilo de Paul Thomas Anderson y le quita personalidad.
Tal vez la incerteza de hacer coincidir a lo largo de las dos horas treinta el punto de vista del protagonista, nunca metódico ni racional, sino manipulado por las distintas voces que arrojan a velocidad rumores y pistas falsas, con el del propio espectador que no tiene acceso a las mismas drogas –por lo menos al momento del ver el film- conspire negativamente con la propuesta integral de mixturar elementos de film noir con apuntes y recursos a contracorriente de esta tendencia sin haber encontrado el recurso cinematográfico que mejor se ajuste a las pretensiones del cineasta como por ejemplo, la utilización de una voz en off expresamente literaria que no aporta nada a la trama.