Aburre y confunde igual que el libro de Pynchon.
Así como en "Petróleo sangriento" Paul Thomas Anderson tergiversó antojadiza y totalmente una riquísima novela de Upton Sinclair, ahora brinda un notable ejemplo de unión entre la novela original que ha tomado como referencia, y la película que la adapta. Ambas, es decir la película de Anderson y la novela de Thomas Pynchon, son un plomo. Largas, trabajosas, confusas, divagantes, carentes de nervio y de suspenso (eso que apelan al género policial). Tampoco muestran mayor novedad: esas penas del corazón, esa conciencia de lo podrido que está todo, ya las dijeron en su momento y de mejor modo muchos otros narradores. La acción, por así llamarla, transcurre en California, 1970. Terminan los coloridos 60, queda la resaca. El protagonista, un patilludo siempre fumado que la va de detective privado, recibe la inesperada visita de una rubia que alguna vez fue su gran amor, y podría serlo todavía. Pero ella ahora está enganchada con otro tipo, y ese tipo está en peligro por culpa de otra rubia. A partir de ahí, la cosa se amplía y se enreda con una variedad de personajes propios de aquella época y del género tomado como referencia, a lo largo de unos largos 148 minutos, sin un climax que compense el mal rato.
Surgen allí, entre otras figuras, un hermano negro, el capo inmobiliario de origen judío protegido por motociclistas nazis, jóvenes veteranos, canas degradados, hippies, chantas, rockeros, drogones, veleros, un músico alcahuete, una organización secreta de dentistas, y más rubias. Y un detective de policía que aborrece a toda esa chusma pero soporta y a veces hasta le da una mano al detective patilludo. Entre ellos más o menos se entienden, son partes de una misma sociedad. Y para que el público más o menos entienda la trama, una narradora en off, con voz de gata morronga, va explicando quién es quién y a qué caja aporta. Lo explica en tiempo pasado, muy pasado, como para crear una sensación de pena por las ocasiones perdidas, y de nostalgia por las corrientes libertarias y/o libertinas de ese entonces.
Cosa rara, si el director fuera otro, ya estarían los snobs de siempre clamando contra el off y las explicaciones. Pero el autor es Paul Thomas Anderson, ante el cual deliran. Dicen que ésta es "una de las películas más importantes e irrefutables del año", "la más audaz y divertida reflexión sobre el propio cine", llena de "guiños hilarantes, al ritmo de una frenética banda sonora", explican, por ejemplo, que "El retrato de Doc, su mirada estupefacta y estupefaciente hacia el mundo, desentierra el mito en su proceso de desmitificación", etcétera. La verdad, esos panegíricos son más divertidos que la película.
A señalar, en breves apariciones, la ex actriz y productora porno Michelle "Belladonna" Sinclair (la hermana de un motociclista asesinado) y Eric Roberts (el millonario acechado). Katherine Waterston es la primera rubia. Una película mejor, y menos larga, sobre asunto similar es "El gran Lebowski", de los hermanos Coen.