En ese estado confuso de la conciencia que antecede al sueño, se dispone el registro de esta ópera prima que relata el regreso de un hijo al hogar.
Los adjetivos utilizados en el título de esta nota hacen suponer que el film de Julieta Ledesma es una especie de Pánico y locura en Las Vegas (1998), de Terry Gilliam. Pero muy por el contrario, su ópera prima, a pesar de generar situaciones oníricas, surrealistas y hasta mágicas, mantiene un ritmo pausado y contenido. El homoerotismo, la violencia, la alusión a la guerra y al instinto animal, son temas muy potentes que se alinean latentes en el marco de la narración.
En algún lugar recóndito de Santiago del Estero, en donde el tiempo parece estar suspendido, Santiago (Pablo Ríos) regresa al hogar tras haber combatido en la guerra. Su madre (Mirella Pascual), parece no reconocerlo, lo trata como un completo extraño, y su padre (un imponente Osmar Núñez), distante, actúa con recelo y desconfianza, como si este fuera una amenaza.
Debido a la gran sequía que asecha la zona rural, adicionada la inesperada llegada de Santiago, la extraña calma del lugar parece sublevarse. La falta de agua y el enfrentar nuevas emociones hacen que tanto las personas como los animales saquen a relucir sus instintos más salvajes y primitivos. En todo momento, los estados reprimidos que se sugieren están a punto de estallar y será en medio de un delirio ¿inconsciente? que la catarsis decantará violenta para que todo vuelva a una aparente normalidad.
Vigilia es una historia árida, casi no hay diálogos, todo se basa en gestos, miradas cómplices y miradas espías, voyeristas. La dirección de actores está muy bien ejecutada, es precisa y se ciñe a lo que se quiere expresar. La puesta en escena, el paisaje y la cuidada fotografía, nos sumergen en una especie de sueño donde hay lugar para desplazamientos y condensaciones. Por esto el vestuario de campo es tan colorido y un perro puede volver de la muerte. En este espacio todo puede suceder… y sucede.
Si de algo peca Vigilia es que se enamora tanto de sus formas, que el relato puede tornarse un tanto extenso, y a pesar de la economía de recursos verbales, está saturada de simbología y psicologismos que le restan efecto de conmoción al trágico final.