Vikingo

Crítica de Kekena Corvalán - Leedor.com

Campusano muestra con esta película, premiada en festivales y estrenada en Buenos Aires en 2009, una historia que, sin tener la altura de tragedia griega de Vil Romance, le permite transitar el mismo terreno hiperrealista y de arte bruto. En este caso además, ordenada a medio camino entre el documental y la ficción, ahondando con la crudeza de los hechos una mirada social descarnada,

Porque detrás de la ficción que nos habla de Rubén Benítez, conocido como "Vikingo", cuya vida es el tema de la película, dos son los grandes protagonistas que logran ser mostrados como pocas veces en nuestro cine: el destruido y pauperizado paisaje suburbano de la provincia de Buenos Aires y el enfrentamiento entre subclases marginales, que se aniquilan mutuamente.

Por un lado, el mundo de las motos choperas, del heavy metal, del rockabilly. Por otro el mundo de la droga barata y la vida efímera, del paco, del delito infanto juvenil, de la violencia internalizada que implica la exclusión hecha sistema, Ambos, sectores sin chances sociales, políticas o económicas de modificar sus vidas.

Superando la cosmética de la pobreza de reallities repletos de desnutridos, cárceles y travestis a los que nos tiene acostumbradxs la televisión argentina, Campusano propone una estética fresca, propia y de testigo privilegiado. Cuando alguien le pregunta qué quiso hacer, él dice que sólo busca mostrar la realidad sin tergiversar, Más allá de que la postura suene ingenua, guarda verdad. Si bien es cierto que todo ojo tergiversa, o dicho en otros términos, que el punto de vista crea el objeto, nadie puede negar que en este caso esa creación y ese ojo ofrecen un producto inédito. Vikingo es un biopic que construye ficción pero lo hace desde un punto de vista tan radical y distinto que es una bocanada de otra realidad en la malversación de imágenes del discurso único de los medios.

Vikingo además marca el crecimiento del lenguaje cinematográfico de su director que sabe de romper muros y expectativas a partir de creer en lo que hace. Y desde allí, desde sus certezas en su propio dios, es desde donde despierta homofobias y prejuicios de clase, pero también asombros, devoluciones de afecto, amores y una sensación de estar haciendo historia dentro del modo de registrar imágenes y contar historias de nuestra contemporaneidad,

La anécdota:
Vimos Vikingo en Pinamar. La película termina y salimos. En el hall la gente se agolpa para votar, estimulada y con ganas de decir lo suyo en el puntaje que premia y decide. En la puerta del cine su director, con campera de cuero, alto, fornido, morocho y de pelo largo, recibe abrazos, apretones de mano, felicitaciones, y sobre todo, un respeto increible, que se siente en el aire, de un público cuya apariencia física hace prejuzgar la pertenencia a la clase opuesta a la de los seres de Vikingo. Más allá de cómo lo trate la crítica, hay algo a nivel comunicativo hacia el público general que este cine logra, como pocas propuestas lo logran en Argentina. Es bueno verlo.