El tema de Yo no sé qué me han hecho tus ojos era el pasado y su (posible) pervivencia en el presente. La película procedía obsesivamente: una pesquisa de aires noir conducía finalmente hasta el refugio de Ada Falcón, la popular cantante de tango que se retira en la cumbre de su carrera. Viviré con tu recuerdo, quince años después, pone en obra un dispositivo similar. Sergio Wolf encuentra la primera entrevista realizada por su equipo a Falcón, pero falta el sonido. ¿Cómo saber qué se decía en esas imágenes ahora mudas? Una vez más, la figura de Ada propone un enigma tal vez irresoluble. La investigación convoca el cine: Wolf consulta libros (de Pascal Bonitzer, el clásico sobre sonido de Michel Chion); habla con Edgardo Cozarinsky, que lo asesora en asuntos de espiritismo fílmico; le pide ayuda a Ada Frontini, directora de Escuela de sordos. En su afán exhumatorio, la película prueba soluciones como la lectura de labios o el sincronizado con otros audios de Falcón, la cantante despojada de voz por una falla técnica. Ningún método puede descartarse cuando se trata de hacer hablar a los muertos. El cine, que ya era fantasma, ahora se vuelve también médium.