Ricardo Darring (Daniel Di Cocco) es actor, director y dramaturgo. Un prestigioso artista, que el tiempo ha resignado casi en el olvido. En este sentido, si bien es saludado por personas que recuerdan su último gran éxito teatral puede caminar y sentarse a cenar en una pizzería de calle Corrientes, centro de los principales teatros porteños, con total tranquilidad. Imagen que deja en claro, un presente que lo muestra alejado de la fama.
No necesitas ser un dramaturgo hacia el final de tu carrera para conectar con esta película acerca de la nostalgia que inspira un contexto estéril que hace cautivante hasta los errores del pasado.
En su ópera prima como director, Nicolás Di Cocco recoge y le da vida a personajes que habitan en su mente para amenizar la estadía de Ricardo Darring en su pueblo, logrando un entrañable relato sobre el difícil proceso de reinventarse y no quedarse anclado en la fugacidad de un exitoso pasado.
Me verás volver. Un veterano director de teatro y dramaturgo, Ricardo Darring (Daniel Di Cocco) decide aceptar la propuesta de un viejo conocido y volver a su pueblo natal con el fin de reponer una obra que realizó 30 años atrás, con la que ganó fama y reconocimiento. Juntar al elenco original, a pesar del paso del tiempo y las diferentes circunstancias de la vida, no resultará una tarea tan sencilla. Su mejor amigo, su amor de juventud y otras personas que formaron parte de la emblemática obra, ahora en otro momento de sus vidas, tendrán que ser convencidos para ser parte en esta vuelta a la nostalgia. El realizador argentino Nicolás Di Cocco, en su opera prima Vuelta al perro, retrata la temática universal del retorno al pueblo natal, con todos los sentimientos y contradicciones que puede generar en sus protagonistas, en esta oportunidad un dramaturgo maduro que sueña con poder recrear su mejor obra de teatro. El guión escrito por el novel director y Sebastián Rotstein, se refiere a la melancolía, los amores del pasado y el paso del tiempo. También fusiona dos artes como el cine y el teatro, con el proceso de creación artística de una obra. La acción de la película transcurre principalmente en Salto, ciudad ubicada a 200 km. de Buenos Aires, y que hasta la actualidad mantiene una larga tradición teatral. El director trató de incorporar saltenses al elenco, entre los que se encuentra su propio padre, Daniel Di Cocco, quien interpreta al protagonista Ricardo. Bajo el género de la comedia dramática, Vuelta al perro, nos propone reflexionar sobre que nunca es tarde para empezar de nuevo. Nicolás Di Cocco tiene una nutrida carrera como realizador de TV, dirigiendo episodios de programas de ficción con El puntero, Farsantes, Guapas y Once, este último bajo la producción de Disney y con gran proyección internacional. Al pensar en Vuelta al perro y en su relación con su parte teatral su intención era mantener la atención de espectador, filmando una obra de teatro y no teatro filmado (con el subjetivo plano fijo), si no darle dinamismo mediante un montaje muy cuidado a la trama en esas secuencias de la película. Ryûsuke Hamaguchi, director de la aclamada Drive my car (2021), también expone y muestra el mundo del teatro de una forma bastante similar. El elenco está compuesto por Adriana Ferrer, Marcelo Feo, Mariano González, Cristina Banegas y Rafael Ferro, además del mencionado Daniel Di Cocco. La música, a cargo del también director de sonido Martín Blaya, ayuda mucho a crear climas de misterio, añoranza y momentos divertidos. Para su director, Vuelta al perro fue un gran anhelo cumplido. Una historia que homenajea a Salto, a su amor al cine (su padre tenía una sala de proyección que lo marcó fuertemente en su niñez), a la inestable actividad del actor y el teatro, y al retorno al pueblo y la nostalgia.
"Vuelta al perro": teatro filmado. Si años atrás se utilizaba la fórmula “cine dentro del cine” para aludir a films autorreferenciales, para hablar de Vuelta al perro habrá que echar mano de la expresión “teatro dentro del teatro (filmado)”. La opera prima de Nicolás Di Cocco no plantea las disímiles relaciones entre ambas formas de representación, como algunos films del portugués Manoel de Oliveira, ni filma deliberadamente lo teatral para traer al primer plano el carácter de artificio, como sucedía en algunos films del francés Jacques Rivette. Vuelta al perro es, en síntesis, teatro filmado que ignora serlo. En Vuelta al perro, actores formados en el teatro naturalista hacen de actores de teatro que intentan montar una obra lisamente llamada Anatomía de una pareja. Lo que podría ser una puesta en abismo, o un juego de cajas chinas, no es aquí otra cosa que el reflejo en un espejo que devuelve una imagen idéntica. Esto es: no hay una distancia o grieta que permita pensar en las relaciones entre la cosa y su reflejo, apelando a algún doblez. Si el modo de representación atrasa algunas décadas, la propia ficción habla de una fuga hacia atrás como escape del presente. La fábula es semejante a la de El ciudadano ilustre, con la diferencia de que el “artista consagrado” que vuelve al pueblo es un loser. Ricardo Darring (Daniel Di Cocco, padre del realizador) no tiene para pagar las cuentas, ni una cena con la hija, pero no pierde el aire de figurón. Hasta que el intendente de su pueblo natal (Mauricio Minetti) le hace una oferta que no puede rechazar: volver a poner la obra que lo hizo famoso “aquí y en el exterior”, por un estipendio que no le viene precisamente mal. Será cuestión de reencontrarse entonces con una troupe en la que abundan el alcoholismo, el fracaso, las cuentas pendientes, la violencia física y emocional y hasta la locura. Darring no es inocente: por lo visto le robó algún texto original a un “amigo”, que sin embargo lo perdona, y entre todos, esta suerte de Armada Brancaleone sin sentido del humor se pone a ensayar, de nuevo, aquella obra que se supone famosa y de la que en realidad se escapan las polillas. Entre Ricardo, Marcelo, el colega despechado (Marcelo Feo) y Clara (Adriana Ferrer), ex de aquél y actual amante de éste, se arma un triángulo y la obra habla, por supuesto, de un triángulo. Pero más que de un juego de espejos se trata de una mera coincidencia: una y otra capa de realidad ficcional no interactúan, no operan entre sí. Tienen en común un estilo de representación basado en diálogos súper escritos, que traen por consecuencia una mezcla de recitados y de hesitaciones, por sobreexigencias de memorización. Cristina Banegas y Rafael Ferro en sendos cameos (segundos y minutos, respectivamente), y el infalible Germán De Silva en el papel de ex alcohólico, dan un toque de jerarquía al conjunto.
Las consecuencias del olvido, los dolores de la nostalgia, la bancarrota, los motivos por los que un autor y director de teatro acepta como única salida a su situación, regresar al lugar donde nació para volver a dirigir la obra que escribió treinta años atrás y lo convirtió en una celebridad local. Esta comedia dramática con tintes de melodrama es una historia que protagoniza Daniel Di Cocco y dirige en su opera prima su hijo Nicolás. Un film clásico que analiza con ternura lo que provoca la llegada de ahora extraño que dejó muchas cuentas pendientes: una novia de juventud, amigos del ayer y conveniencias de hoy que lo hacen coquetear con el poder primero y tramar una venganza después. Amable, de formato clásico con momentos bien logrados. Con aires de desencanto pero con reivindicaciones de último momento. Un elenco esforzado, donde participa Rafael Ferro y Cristina Banegas.
La idea de recuperar el sentido perdido de la identidad propia, mediante un viaje al lugar de origen, tiene una fuerte presencia en el cine argentino. La vuelta al perro, dirigida por Nicolás Di Cocco, trabaja sobre esa idea, pero lo que la diferencia de muchas otras películas es que la búsqueda de su protagonista se extiende también a un impulso creativo, que se convirtió en una sombra de lo que alguna vez fue. Ricardo Darring (“como Darín pero con dos erres y una g al final”, según explica el protagonista), interpretado por Daniel Di Cocco, es un actor, director y dramaturgo que supo tener éxito, pero ahora es reconocido por su participación en la publicidad de un banco. Acosado por las deudas y con pocas perspectivas, vuelve a Salto, su ciudad natal, en donde el intendente le ofrece financiar la puesta de la obra que lo consagró. Allí se reencuentra con viejos amigos, su amor de la juventud y varios conflictos sin resolver. La vuelta al perro tiene un planteo inicial atractivo, que pierde algo de fuerza en el medio, cuando se concentra en las aventuras del director y sus amigos por la ciudad, con una comicidad un tanto forzada. Pero ese interés original se recupera cuando el foco regresa a lo que el teatro significa para este personaje abatido y sus amigos, que encuentran en la obra una oportunidad para redescubrirse, en lo individual y lo colectivo. Otro aspecto notable de la película es el planteo en torno a la complejidad de las relaciones entre el arte como expresión creativa y el uso que la política, teñida por la corrupción, pretende hacer de él.
Daniel Di Cocco, hombre de teatro iniciado en La Plata, autor de “Homenaje falso” y otras piezas de mérito, protagoniza esta película de su hijo Nicolás, hombre de la televisión (“Guapas”, “Once”, “El puntero”, etc.) que aquí hace su primera película. La hace con buenos artistas que saben lucirse, aunque por lo general el público no sabe sus nombres: el mismo Daniel Di Cocco, Adriana Ferrer, Verónica Palaccini, Marcelo Feo y varios otros que conviene tener en cuenta. La hace también con la amistosa participación de Germán de Silva, Rafael Ferro y Cristina Banegas, cuyos nombres, bien conocidos, ayudan a reforzar el cartel. Y, sobre todo, padre e hijo la hacen con verdad y amor al teatro, lo que no quiere decir que esto sea teatro filmado. El director, su mano derecha Sebastián Rotstein, el montajista Alejandro Parisow y Sol Lopatin, directora de fotografía, le dieron entidad de cine. Pero la historia se prestaba. Un autor al que se le pasó hace rato el cuarto de hora vuelve a la ciudad chica donde empezó y tuvo éxito. Su intención es recomponer el elenco municipal y reponer su obra más mentada, aquella que lo lanzó lleno de ilusiones a la ciudad grande. Pero han pasado treinta años, el tiempo ha pasado para los miembros de aquel elenco, y para la misma obra. Además, el público ya es otro. Quien sigue siendo el mismo es el intendente, que tiene la buena intención de reabrir la sala local y reverdecer laureles, pero también tiene las malas mañas de ciertos políticos. Digamos que no toda la gente lo quiere. ¿Y qué se espera del teatro en esas circunstancias? Con ese planteo se desarrolla la historia. No tiene un desarrollo parejo, hay algunos sobrantes y un final apresurado, pero en los diálogos y las situaciones hay un fondo de verdad reconocible, no solo para la gente del interior, o del teatro. Significativo, el título de la canción que se escucha en los créditos finales: “Volver a no volver”. Rodaje en Salto, provincia de Buenos Aires, 2019.
Un director de teatro regresa a su pueblo natal para revivir la obra que lo hizo famoso 30 años atrás. Para ello buscará al elenco original e intentará convencerlos de que participen de su proyecto, entre ellos se encuentran su mejor amigo de la infancia, su amor de la juventud y una serie de personajes del pasado perdidos en la vida. Esto reza la síntesis argumental del filme, ¿Resulta conocida? Tal cual es casi la misma que la del filme “El Ciudadano Ilustre” (2016) del famoso dúo de directores Gaston Duprat y Mariano Cohn. Pasaron 6 años del estreno del filme ganador del premio Goya a la mejor película iberoamericana, (No se con cuales competía) y llega a nuestras pantallas “Vuelta Al Perro”, estableciendo algunas diferencias, claro. Daniel Mantovani es un escritor argentino que vive en Europa desde hace más de cuatro décadas, consagrado mundialmente por haber obtenido el premio Nobel de literatura, al que le llega una carta de la municipalidad de Salas, su lugar de nacimiento, en la que lo invitan a recibir el máximo reconocimiento del pueblo: la medalla de Ciudadano ilustre. Sorprendentemente y a pesar de sus importantes obligaciones y compromisos, Daniel decide aceptar la propuesta y regresar de incógnito ¿? por unos pocos días a su pueblo. Si en la anterior era un escritor ganador del premio Nobel de literatura (que otro podría haber ganado?) en esta nuestro “héroe” es un ilustre ignoto. Ricardo Darring (Daniel Di Cocco), como Darin pero con doble r y g final, chiste repetido varias veces en el filme,acepta la propuesta de su amigo de la infancia Jorge Salcedo, actual intendente de su ciudad natal, para el reestreno de su primera obra de teatro, con motivo de la re-apertura del Teatro Municipal. En este viaje se reencontrara con los actores originales de la obra, su noviecita de la adolescencia, nada sabe de las peleas entre ellos, el queda en medio de una especie de guerra. Uno de los principales problemas, sin contar que de original tiene nada, son las actuaciones, dentro del elenco las diferencias en capacidades histrionicas son evidentes, demasiado diría. Aparece Rafael Ferro, haciendo de si mismo y le sale perfecto, Alfredo Castellani, eficiente como siempre y Germán Da Silva al que ningún papel le queda grande, este le queda chico. El resto del elenco, sobre todo los principales, los personajes de Ricardo, Jorge y Marcelo, en donde se establecería el conflicto a desarrollar, pelean por parecer al menos un poco verosímil, el texto no ayuda, no hay demasiado desarrollo de los personajes, la única presentación aceptable es la de Ricardo y convengamos en que los diálogos tampoco favorecen. El guion se muestra demasiado previsible en tanto avanza el relato, plagado de lugares comunes, demasiadas veces transitado. Otro punto bajo en esta producción es el sonido, no hay respeto por los planos sonoros, (al menos en la proyección que estuve presente), da lo mismo si los personajes hablan en un primer plano que si lo hacen a 100 metros en un plano general. ¿No hay sonido ambiente en esa distancia? Respecto de la dirección de arte, incluida la fotografía, cumplen con su cometido, no parece haber demasiada elaboración respecto al vestuario, tampoco es que se necesite, las imágenes son claras y funcionales al relato, pero nada más. El actor principal es el padre del director. ¿Todo quedará en familia?
Sencilla y a la vez sensible propuesta en la que el homenaje al teatro y al padre del realizador, permiten ver cómo las miserias de un pueblo afloran a la hora de la vuelta de un exitoso director y dramaturgo para reponer la obra con la que se consagró e impulsó su carrera fuera del lugar.
CIUDADANO NO TAN ILUSTRE En la película de Nicolás Di Cocco, un director de teatro en decadencia (tanto que durante un estreno dos mujeres pasan delante de él y una le dice a la otra “pensé que estaba muerto”) recibe la invitación del intendente de su pueblo natal para que regrese a poner en escena la vieja obra que lo hizo famoso y, de paso, participe de algunas actividades con más color proselitista que cultural. En estos primeros minutos, Vuelta al perro trabaja una cuerda cercana a la de las películas de Mariano Cohn y Gastón Duprat, con su mirada cínica sobre el mundo del arte, con un humor que no hace más que reforzar el carácter miserabilista de sus personajes, no casualmente habitantes del mundo de la cultura, como los de El ciudadano ilustre, Mi obra maestra o Competencia Oficial. La diferencia de Di Cocco es que en su abordaje del costumbrismo (algo que también hacen Cohn y Duprat), termina encontrando algunos gestos de humanidad que ponen a sus criaturas en otro lado, un poco más gratificante. Vuelta al perro explora el tema de la vuelta a los orígenes como una forma de reconstrucción personal, algo bastante habitual del cine argentino reciente donde el desplazamiento de la producción cinematográfica de la Ciudad de Buenos Aires al interior no puede dejar de pensar a la vida de provincias como una suerte de premio consuelo al porteñocentrismo. De todos modos, Di Cocco justifica su decisión narrativa en los conflictos que atraviesan a su protagonista: pasa de olvidado en la gran ciudad a celebridad en el pueblo, algo tentador para su ego demolido pero que por otra parte le genera conflicto con los personajes que lo rodean. Ricardo Darring (Daniel Di Cocco, padre del director y gran protagonista), el teatrista en cuestión, se reencuentra con viejos compañeros de elenco, entre reproches y cuentas pendientes. Si la película cae por momentos en algunos lugares comunes, actuaciones un poco intensas y en la escritura algo caricaturesca de los personajes (el intendente, por ejemplo), por otra parte encuentra atajos para no terminar de caer en el muestrario de hijaputeces propio del cine de Cohn y Duprat, aparente modelo sobre el que esta película se piensa. Ese grupo de artistas decadentes (borrachines, antisociales, neuróticos) pasa de ser un intento de parodia del mundo teatral, a involucrarse en una trama más propia del cine de engaños y robos maestros. Un engaño que se montará sobre el escenario, ofreciendo esa otra cara que el arte sabe exhibir cuando se convierte en farsa y se burla del poder. Si algo podemos celebrar de Vuelta al perro es que si amenaza todo el tiempo con volverse grave, finalmente se resuelve con una mezcla de ligereza y picardía. Una bocanada de aire fresco ante tanto cine demasiado creído de sí mismo.
Es imperfecta, sí. También a veces es sentenciosa. Pero esta película chica sobre un director de teatro que no logró “dar el salto” y vuelve al pueblo para montar “aquella obra” es -quizás involuntariamente- el retrato de una generación cuyos sueños, no lo sabían entonces, ya eran anacrónicos. Hay un buen tono, momentos de gracia real y la huella de esos pueblos del interior cuya arquitectura también muestra que alguna cosa que no fue pudo ser.
El padre del autor, protagonista de la película, lleva a cabo en 2010 una obra de teatro basada en cuento de Piglia acerca de personajes que buscan un cuento de Arlt que no existe. La génesis del proyecto muta en la idea que finalmente conoceremos bajo el título de “Vuelta al Perro”. Financiada por el INCAA, estrenada tres años después del comienzo de la filmación, llevada a cabo en Salto (Provincia de Buenos Aires), la premisa de un director que vuelve a su pueblo natal coloca en pantalla imágenes nostálgicas del lugar en donde transcurrió la niñez. Ayer era una estación de tren, un río, calles de barro, puestas de sol en la plaza del pueblo, la siesta intocable. Fragmentos de tiempo vienen a la memoria. Poco queda en pie, pero la identidad se construye mirando en retroceso hacia aquellos espacios sagrados. Di Cocco, de profusa labor cinematográfica desde 1997, hurga en su propia historia personal. Una infancia transcurrida entre salas de teatro y ensayos como lugares de pertenencia se nutre del ambiente que bien sabe describir, en pos de una óptica que no es condescendiente con el arte que hacemos por placer. ¿Es puramente ficción la historia que estamos a punto de ver? Un perdedor retorna al cubículo que lo vio nacer. ¿Vuelta al perro con la cola entre las patas? Más ambición nos depara la aventura, una obra de teatro simboliza otras posibles ‘reaperturas’. El tiempo transforma las relaciones personales, contraponiendo la idea del éxito y el fracaso. La disyuntiva de quien eligió quedarse contrapone la ambición de crecer al emigrar a las grandes ciudades con el mentado regreso, cotejando la suerte de aquellos que decidieron permanecer. Saliendo de la mirada paternalista de la ciudad hacia el pueblo, “Vuelta al Perro” propone un viaje al comienzo que es, en verdad, una búsqueda a sí mismo.