Un alma quebrada
Abel Ferrara sabe cómo generar escándalos. Toda la filmografía de este auténtico provocador nacido hace 63 años en el Bronx tiene ese sesgo, con dos películas de los 90 -El rey de Nueva York y Un maldito policía- como exponentes ilustres. En este caso, las discusiones tuvieron que ver con el descarnado retrato que Ferrara propone de un verdadero prototipo de hombre poderoso del capitalismo contemporáneo.
En 2011, Dominique Strauss-Kahn estaba al frente del Fondo Monetario Internacional y era el favorito en los sondeos previos para presentarse como candidato socialista a la presidencia de Francia. Pero viajó a Nueva York y luego de una breve estancia en la ciudad fue detenido en el aeropuerto JFK. Una empleada de limpieza guineana del hotel donde se alojó lo acusó de intentar violarla en su habitación. El proceso penal terminó en absolución (el testimonio de la acusadora fue declarado inconsistente) y Strauss-Kahn siempre declaró su inocencia, pero su imagen pública quedó tan deteriorada que decidió iniciar una querella contra Ferrara por difamación. La furia que despertó la película en Strauss-Kahn fue sintetizada visceralmente por su abogado, Jean Veil: "Se trata de una mierda de perro y tiene algo de antisemita", declaró a la prensa francesa.
Ya desde el inicio, Ferrara pone las cosas claras, contraponiendo dos planos con una intencionalidad evidente: primero, una estatua del Conde de Rochambeau, el mariscal que lideró el cuerpo expedicionario francés en ayuda a las Trece Colonias durante la emancipación estadounidense, y de inmediato, una fábrica de billetes de dólar con la efigie del héroe de la independencia George Washington. Una manera nada sutil de enfrentar el idealismo político fundacional con el desarrollo de un sistema salvaje dominado por la acumulación de capital como pilar para ejercer el poder. Moralista inocultable, Ferrara evita cualquier tipo de empatía con el protagonista, un Gérard Depardieu obeso, lascivo y completamente desprejuiciado que bufa como un animal en celo y logra delinear con solidez un personaje desagradable y atemorizante secundado por una esposa gélida y también cegada por conservar el poder a cualquier precio (la veterana Jacqueline Bisset, también de notable trabajo).
Ferrara filma las fiestas sexuales de Devereaux (el álter ego de Strauss-Kahn para el film) con los recursos del soft porno y lo deja en sombras cerca del final de la historia para que despliegue un monólogo interior de corte shakespeareano en el que confiesa el ideario de un alma quebrada: "Las cosas no van a cambiar. Los hambrientos morirán, los enfermos también. La pobreza es un buen negocio. Los hombres sabios se conforman con conocer sus limitaciones. Esta revelación me sobrecoge", dice el personaje que encarna Depardieu, el mismo que en el prólogo de la película habla por él mismo para revelar su aversión por los políticos y autodefinirse como "un anarquista", una generalización algo liviana que parece estar en perfecta sintonía con las convicciones de Ferrara.