Las miserias del poder
Los excesos, el poder, los demonios interiores y el sexo son algunos de los temas centrales de la filmografía de Abel Ferrara. Por eso, una película inspirada en la figura de Dominique Strauss-Kahn, el otrora mandamás del FMI que hasta sonaba como presidenciable en Francia y cuya carrera se derrumbó tras las acusaciones de abusos a distintas mujeres en su contra, parecía una muy buena idea. Y Welcome to New York, con sus logros (que son unos cuantos) y sus absurdos (que en este caso no molestan demasiado) es, en el mejor de los sentidos, un Ferrara auténtico.
El primer hallazgo de Ferrara es la elección de su protagonista. Gérard Depardieu, con su cuerpo degradado, su apetito devorador (por las mujeres, entre otras cosas), resulta la criatura indicada, el monstruo perfecto para que el director de El rey de Nueva York y la reciente Pasolini (presentada en la apertura del Festival de Mar del Plata) exponga la impunidad y las miserias del poder y los poderosos.
De las orgías con prostitutas de lujo (y con esas perversiones que tanto le gustan a Abel que en este caso incluye un por demás imaginativo uso de champagne y helado) al ultraje de una simple camarera de origen africano en la habitación de un hotel de Manhattan, la adicción al sexo de George Devereaux es el eje, el motor de un relato que gana todavía más densidad cuando entra en escena Simone (Jacqueline Bisset), la esposa del protagonista y verdadera titiritera en bambalinas. No sólo deberá aceptar los nuevos deslices de su patético marido, sino comandar también la estrategia judicial, mientras se da cuenta cómo esa carrera que ella había digitado y construido para su cónyuge se desmorona, se escurre como arena entre los dedos. Como bien indicó Scott Foundas en su crítica para Variety, las escenas entre Devereaux y Simone alcanzan una dimensión cassaveteana…
Ferrara está loco, pero su locura se agradece. Es un animal de cine y resulta mucho más lúcido e inteligente de lo que sus por momentos caóticos films podrían indicar. Aquí, prescinde de las bajadas de línea, de los diálogos aleccionadores, de los subrayados innecesarios. Le alcanza con mostrar la carnalidad, la voracidad, la inestabilidad emocional de su antihéroe para dejarnos en claro que estamos en manos de seres humanos con tantos o más defectos que virtudes. La corrupción (empezando por la moral) está en todas partes.