Un maldito funcionario
Inspirada en el caso Strauss-Kahn, con un Gérard Depardieu en una actuación memorable.
A los 63 años, Abel Ferrara quiere seguir aprendiendo secretos del oficio de hacer películas. Sus últimos dos largometrajes tienen en común algo inédito en su carrera: están basados en hechos reales. Pasolini, sobre el último día de la vida del gran cineasta italiano, abrió el Festival de Mar del Plata el sábado. Y hoy se estrena Welcome to New York, inspirada en el caso Strauss-Kahn. Recordemos los hechos: en 2011, el entonces director gerente del FMI fue acusado de abuso sexual por una mucama de un hotel neoyorquino. Los cargos penales finalmente fueron retirados; el procedimiento civil terminó con un arreglo económico por una suma jamás revelada. Para el funcionario fue el final de su carrera diplomática y de sus aspiraciones a la presidencia de Francia.
Aunque al principio, seguramente para evitar conflictos legales, se advierte algo parecido al clásico “toda semejanza con la realidad es pura coincidencia”, la película tiene una textura documental, con escenas largas, crudas, de tono naturalista, y salpicada, muy de tanto en tanto, de imágenes de archivo. Incluso, Ferrara recurrió a auténticos guardiacárceles y policías para que actuaran en las notables escenas carcelarias (filmadas, además, en prisiones reales).
Pero, más allá de que presenta una versión de los hechos, el objetivo de la película no es desentrañar qué ocurrió en ese cuarto de hotel, condenar a Strauss-Kahn ni ahondar en las teorías conspirativas. Como Un maldito policía, quizá la mejor película de Ferrara, Welcome to New York es el retrato de la autodestrucción de un hombre que sucumbe a sus adicciones; un hombre que parece tenerlo todo pero no encuentra saciedad posible y, fuera de control, se embarca en un espiral de sexo que termina haciendo pedazos toda su vida. Es, también, una reflexión sobre el poder y la intrínseca sensación de impunidad que conlleva.
Curiosamente, la película empieza con una falsa conferencia de prensa en la que el Gérard Depardieu habla sobre el oficio y explica por qué aceptó el papel, como si Ferrara nos estuviera diciendo “atención: ésta es una película de Depardieu”. A esas palabras le siguen dos horas de una clase magistral de actuación. Nunca parece seguir instrucciones o repetir palabras memorizadas; siempre da la sensación de estar creando sobre la marcha. Y le pone literalmente el cuerpo a la película, con un par de desnudos que acentúan la monstruosidad de su personaje. Es difícil, ante talentos así, no caer en exageraciones periodísticas. Pero sí, hay que decirlo: Depardieu es uno de los mejores actores vivientes. Y vuelve a demostrarlo.