El cuerpo del delito
Si hay algo que uno puede decir del cine de Abel Ferrara, es que sin dudas se trata de un cine potente: en imágenes, pero también en contenido (virulento, repulsivo). Y esa potencia, muchas veces, se vale de instancias poco sutiles. ¿Es entonces la falta de sutileza una de las posibilidades para llegar al relato salvaje a lo Ferrara? Welcome to New York es un ejemplo de cómo ese espíritu revulsivo se vale tanto de una narración fragmentada por momentos (su primera media hora), como de espacios donde la crítica ya no precisa de la metáfora y tiene que ser fuerte, directa, sin ambages. El film, que se basa más disimulada que libremente en el caso real del ex titular del FMI Strauss-Kahn, es tan fascinante como derivativo en su última media hora, tan amoral como cercano a la justificación serial por otros, y no puede, conteniendo en su centro una actuación tan potente de Gerard Depardieu, más que ser ese mismo cuerpo hecho material cinematográfico. El cuerpo del actor francés, desnudo, monstru-oso en su voracidad sexual, simbólico en su forma de aprehender las nociones del capitalismo, no es más que el elemento clave dentro de una película descarnada en su búsqueda de lo repulsivo.
Como las comilonas de Marco Ferreri, los maratones sexuales de Devereaux con prostitutas de lujo -o no- son un síntoma: comer o coger hasta reventar. Lo que hace más complejo el panorama aquí es el indisimulable espacio de poder que ocupa el personaje central: quien elige reventar de esa forma ahora es alguien cuyas decisiones personales impactan definitivamente a escala global. Por eso -y por el hecho real en el que se apoya y le da sentido- la película adquiere otras connotaciones y admite lecturas. Esa perversión, mostrada sin medias tintas (incluso al borde de lo intolerable) por Ferrara, tiene una doble intención que se irá develando con el transcurrir de la película: en primera instancia, hacer física la inocultable sensación de impunidad que da el poder; en segunda instancia, retratar el juego de roles que se da alrededor del poder: el sometido y el sometedor, la víctima y el victimario.
Durante 90 minutos, Ferrara trabaja inteligentemente sus temas, traza claramente el juego de roles primero en aquellos maratones sexuales (donde Depardieu gime en sus orgasmos tal monstruo) y posteriormente cuando el protagonista es internado en los pasillos de una prisión: el sometimiento, dice la película, no precisa del acceso carnal, la vejación del cuerpo se da en la crueldad con la que las instituciones (la cárcel o el FMI o la que sea) dispone de nosotros. Como era de esperarse, Ferrara no toma un caso real para elaborar una ficción documentada, sino que elabora una lectura sobre un episodio específico y lo recrea con las obsesiones formales y temáticas de su cine: este Devereaux, con su inconsciencia voraz, es pariente de aquellos personajes de Un maldito policía, El rey de Nueva York o El funeral, todas películas de su mejor década, los 90’s. Un tipo que ingresa en la decadencia sin frenos, incapaz de detener su propia marcha: tal vez por eso, y a pesar de su catolicismo evidente, Ferrara no termina por juzgar y hasta le da la posibilidad al monstruo de explicarse.
Las referencias en Welcome to New York son múltiples: hay algo de Psicópata americano, aunque aquí en vez de contarse la pesadilla del sistema se muestra su deseo desencadenado, mucho del Scorsese más crudo y setentero, e incluso una mirada que intenta ser satírica a lo Chabrol, especialmente con la inclusión del personaje de Jacqueline Bisset, que no termina por encontrar el tono adecuado. Precisamente este es el segmento que peor encaja en el film, y que limita la potencia final del relato -además de una última media hora confusa y sin rumbo-, cuando aquello que quedaba en el orden de lo sugerido se expone con la contundencia algo chusca del discurso oral: hay un monólogo interior que clarifica la metáfora que el personaje representaba hasta entonces, incluso justificándola y poniéndola en un lugar victimizado. Esos últimos momentos corren el riesgo de hacer que la película lleve al espectador por un único lugar, lejos de la ambigüedad ética y moral de lo antes visto. Por suerte, otra vez, aparece el cuerpo Depardieu, y su seductora interpretación nos revela nuevamente que el monstruo, por más consciente que sea, no deja de ser monstruo y devora muy a su pesar. Como Devereaux, como el capitalismo. Pobrecitos.