La vida, y lo demás
Es una curiosidad que el film de Pinto sea el preseleccionado para el Oscar: es una demostración del buen momento que vive el cine hecho en Portugal, pero también una elección atípica.
¿Y ahora? Recuérdame, que desde su estreno en el Festival de Locarno el año pasado viene recorriendo el mundo en ochenta festivales –y que continúa exhibiéndose en Buenos Aires a partir de mañana en calidad de estreno, luego de su presentación en el Festival de Cine portugués–, fue elegida hace algunas semanas como la enviada oficial de Portugal a los premios Oscar. Ese dato puede resultar anecdótico, pero al mismo tiempo habla a las claras del gran momento creativo por el que está atravesando el cine de ese país. Eso, o los portugueses están un poco malucos, porque el film de Joaquim Pinto está en las antípodas de lo que suele catalogarse como material apto para el Oscar “extranjero”: es seria y profunda sin ser grave, dura casi tres horas pero está lejos de ser una superproducción, no hay en su metraje ni una pizca de cálculo comercial. Finalmente, es un documental. Es también uno de los mejores estrenos del año, una película sorprendente, apasionante y enriquecedora, la creación de un artista de enorme lucidez y generosidad.
Nada en la sinopsis general de ¿Y ahora? Recuérdame –el diario fílmico en primera persona de un cineasta VIH positivo, a lo largo de un año de su vida– puede dar una idea del torbellino de ideas, sensaciones y reflexiones hacia el cual Pinto, junto a su compañero de ruta Nuno Leonel, logra atraer al espectador dispuesto a vivir la aventura. Extremadamente personal e incluso íntimo, el documental parte de una descripción, por momentos minuciosa, del tratamiento con drogas antirretrovirales a las cuales Pinto se sometió durante un año, viajando regularmente desde su pequeña casa de campo en la región portuguesa de Columbeira hasta la ciudad de Madrid. Esos viajes cumplen una función específica en la lucha contra las bajas defensas de su sistema inmune, pero son también el punto de partida para una reflexión acerca de la relación con su cuerpo. Un cuerpo que, por momentos, parece ser otro, un cuerpo no reconocido u olvidado, uno de los tantos efectos colaterales del tóxico cóctel de fármacos.
En otros momentos el sistema vuelve a funcionar y esos órganos, tendones y músculos vuelven a pertenecerle casi por completo (casi porque, ¿acaso alguien puede hacer alarde de ser su dueño y maestro absoluto?). Esos momentos de luz y de sombra, que se alternan en la vida cotidiana y forman parte de sus angustias y placeres, le sirven al realizador como disparadores de una enorme cantidad de digresiones que, en realidad, son parte constitutiva e inseparable de la forma de la película. ¿Como la vida misma? Tal vez, porque ¿Y ahora?..., con su estructura expansiva y ramificada –pero al mismo tiempo planificada al detalle desde el montaje– consigue imitar la manera en la cual pensamos y sentimos: nunca de manera directa, enfocada en un solo concepto u objetivo sino desperdigada en decenas, cientos de ideas, pensamientos y emociones. De la estructura del ADN del virus a los recuerdos de infancia y juventud (que Pinto ilustra con fotografías e imágenes en Super8), del libro de un pintor portugués renacentista a las consecuencias de un incendio forestal en la zona, de la placidez en compañía de los animales a la posibilidad de quedarse dormido en un aeropuerto, de las inyecciones diarias al deseo de amor y sexo que no se extingue.
No hay nada en la relación de Pinto con su entorno que el film transmita como algo impersonal o irrelevante, ya se trate de la naturaleza circundante, de los tres perros que acompañan a la pareja –no tanto mascotas como cohabitantes y colegas–, de la casa, su cuarto, el asiento de acompañante de la camioneta o el espacio que lo separa de su computadora. Nada es despreciable. Ni siquiera una avispa que, en un plano que podría pertenecer a un documental de Werner Herzog, se roba un pedazo de hamburguesa y sale volando fuera de cuadro. Mucho menos la banda de sonido, que va de Jacques Ibert a Max Reger, pasando por un melancólico tema pop de la banda danesa WhoMadeWho, y que se asemeja a uno de esos compilados hechos por mero placer, como un regalo de un amigo a otro.
La de Pinto es asimismo una película política, en un sentido amplio pero preciso: el mundo exterior entra por la pantalla del televisor, bajo la forma de las últimas noticias que llegan desde el resto del mundo, pero también en un posible recorte presupuestario a causa de la crisis económica, que puede tener consecuencias directas en su salud y, por ende, en su presente y futuro. Es también una bella historia de amor y un ensayo sobre la vida y una posible manera de vivirla. Por efímera que sea la sensación –y un poco a la manera de ese libro del pintor e ilustrador Francisco de Holanda que ambiciona coleccionar imágenes de todas las edades del mundo–, por momentos es como si el universo entero estuviera contenido en la película. O, lo que es lo mismo, que la película fuera el universo. No es poca cosa.