Error de aplicación de criterio.
Daniel es carpintero pero ha dejado su trabajo por un problema cardíaco. Tiene que pedir una pensión por discapacidad ya que los médicos le prohíben volver a retomar su actividad. Sucede que cambiaron el sistema de otorgamiento de pensiones y, más allá de lo que digan los médicos, uno debe sumar 15 puntos en un test de aceptación para acceder al subsidio. En el test nunca le preguntan sobre su corazón, y Daniel obtiene 12 puntos.
Para el desprevenido, esta no es la sección de política, sino la de cine.
Porque no se trata de otra injusta historia de las que encontramos día a día en Argentina. Esta es una película inglesa. No se nos dice exactamente quién gobierna, pero sabemos que se ha decidido tercerizar las pensiones. Una empresa privada norteamericana se encarga de examinar a las personas que esperan cobrar un subsidio. A esta empresa, lógicamente, no le interesa ayudar ni hacer justicia, ya que no es ese su objetivo. Sólo se dedica a gestionar y administrar. “Me matan si no trabajo, y si trabajo me matan” parece decir Daniel. Perdido en un laberinto burocrático, su salud empobrece y su bolsillo se enferma.
En la línea de Mi nombre es Joe (1998), Ken Loach, retrata las problemáticas cotidianas de los excluidos generados por los sucesivos fracasos económicos y las políticas de desigualdad social. En 11’09’’01, El día que cambió el mundo, película que rememora el atentado a las torres gemelas a partir de cortos de diferentes directores, Ken Loach patea el tablero. Decide darle la palabra a un chileno. Pablo firma y escribe una carta a los familiares de las víctimas estadounidenses de aquel atentado. Allí explica que el 11 de septiembre para él significa otra cosa. Significa el golpe de estado en Chile apoyado por EE.UU. En este caso, Daniel Blake, en señal de protesta y como último recurso, resuelve escribir su nombre con letras grandes en la pared de la empresa que le niega la pensión. Lo importante de Joe, de Pablo y Daniel es que tienen un nombre. Ken Loach, al nombrarlos, los humaniza. Sus nombres son sus mejores armas. Su mejor argumento es el de ser personas. Eso debería bastar para que a los personajes de Loach se les respeten sus derechos, pero hay gente que todavía no se logra convencer.
Para el desprevenido, esta no es la sección de política. O tal vez sí.