Obra inolvidable de notable sencillez narrativa y conmovedora humanidad
¿Cómo hacen? Porque uno debe preguntarse cómo hacen. Artistas como los hermanos Dardenne, Michael Haneke, Adolfo Aristarain (¿Qué están esperando los productores locales para ponerle un billete para que dirija?) o en este caso Ken Loach son verdaderos cronistas de nuestro tiempo. Su cine está tan cerca de la gente común, y tan sensible a las problemáticas cotidianas, que parecieran vivir al lado de los personajes que retratan, como si fuesen vecinos ocasionales.
Tal vez como los grandes escritores su poder central está en la capacidad de observar a las personas, estar permeables a sus padecimientos, alegrías, frustraciones, y finalmente poseer la sensibilidad suficiente para hablar de eso con el lenguaje de la imagen.
El esperado estreno de “Yo, Daniel Blake” viene con la Palma de Oro en Cannes 2016, razón de más para ir al cine corriendo, pero además porque se trata de un nuevo opus del director de “Tierra y libertad” (1995), “El viento que acaricia el prado” (2006), “Como caídos del cielo” (1993) o “Riff raff” (1991). Casi cincuenta años hablando de la clase trabajadora sin estridencias, sin partidismo. y con total compromiso por el espejo que ha construido. Lamentablemente para la humanidad y afortunadamente para el cine, Ken Loach sigue vigente.
Daniel (Dave Jons) es un trabajador de oficio. Del tipo de oficio que obliga a poner el cuerpo más que la cabeza. y muchos años de eso hacen mella en el estado físico. Un diagnóstico lo obliga a tomarse una licencia lo cual no tiene nada de extraño, sino fuese porque de este pequeño hecho nace una lucha impotente contra la burocracia de un sistema preparado para excluir y dilatar la paciencia. A la carencia individual, el guión le adosa un segundo personaje. Katie (Hayley Squires), una madre soltera con dos hijos que también anda pululando en busca de una oportunidad que le dé un poco de respiro frente a la circunstancia. ¿Qué circunstancia? Tiene hambre. No tiene para comer.
Evidentemente, el secreto no está en la anécdota en sí, que en definitiva es el disparador, sino en la forma. La notable sencillez con la cual el director narra su historia es la gran estrella de “Yo, Daniel Blake”. Una escena lo pinta como hombre común. Llegando a su casa le echa en cara a un adolescente la forma en que éste saca la basura. Pocas veces se ve tanto poder de síntesis para retratar la falta de don de convivencia en sociedad, y es que todo es así en esta obra maestra. Si bien es cierto que los males comunes son polos (no tan) opuestos que se atraen, el hecho y la forma en la cual Daniel y Katie se encuentran también habla del destino y de la predisposición a la solidaridad.
Ken Loach es un hombre tan preocupado por el presente (o por cómo el pasado se replica en él) que se apoya en los planos cortos de sus personajes, pero con el suficiente aire como para que las emociones fluyan en el trabajo actoral. Nosotros no conocemos a los dos protagonistas sólo por lo que dicen, sino porque los podemos observar en su estado natural como si estuviésemos tomando un café en un bar, y ellos nos contasen lo que les está pasando con ese mismo nivel de exposición.
Un estupendo trabajo de la dirección de fotografía ayuda a contextualizar. Si algo ha logrado el maestro Robbie Ryan es el indispensable clima de decepción general, pero confiando en un retratista que se ocupa minuciosamente de alejarse del panfleto y de evitar alzar las banderas de la clase trabajadora para poder acercarse aún más al factor humano.
Es inolvidable “Yo, Daniel Blake”. Entonces, ¿Cómo hacen estos tipos para hacer todo bien? Puede haber muchas razones. Tal vez la que más cierra es que realmente creen que el cine, como arte, debe siempre funcionar como el reflejo fiel y honesto de lo que pasa y nos pasa en el mundo.