En noviembre pasado, el líder del Partido Laborista Jeremy Corbyn aprovechó una sesión parlamentaria con la Primera Ministra británica Theresa May para recomendarle que viera junto con el secretario de Trabajo y Pensiones Damian Green la película más reciente de Ken Loach, Yo, Daniel Blake. De paso, el candidato estelar de las recientes elecciones generales en el Reino Unido mencionó un caso real similar al del carpintero con licencia por enfermedad que protagoniza la ficción ganadora de varios premios además de la Palma de Oro del 69º Festival de Cannes.
La sugerencia pícara de Corbyn y la respuesta de May en defensa del sistema de asistencia estatal a ciudadanos desempleados aumentó la temperatura de la discusión mediática en torno a la legitimidad de la nueva denuncia cinematográfica del autor de La parte de los ángeles, Pan y rosas, Ladybird, Ladybird, Riff Raff entre otras películas críticas del establishment anglosajón. Por ejemplo el diario The Guardian publicó a principios de 2017 este informe sobre más casos de ciudadanos vulnerables maltratados por el Estado, y esta transcripción de las declaraciones de un gerente de la entidad semipública Jobcentre Plus, que aseguró que “Yo, Daniel Blake no representa la realidad”.
En esta entrevista que le concedió a Dundee Contemporary Arts, el guionista Paul Laverty se refirió a una encuesta nacional realizada cuando el gobierno británico decidió profundizar el recorte del presupuesto destinado a la seguridad social, después de la crisis bancaria de 2008. El socio creativo de Loach contó que la mayoría de los encuestados justificaron la medida porque, dijeron, un 27 por ciento de ese presupuesto había sido destinado a ciudadanos que simularon necesitar ayuda estatal. Tras sostener que ese desvío no había alcanzado siquiera el 1 por ciento, Laverty se declaró fascinado por “esa brecha entre percepción y realidad”.
Sin dudas, la valoración de I, Daniel Blake depende en gran medida de la percepción que el espectador tenga de la realidad. Quien considere que el Estado de Bienestar es insostenible en el siglo XXI, y por lo tanto justifique su desmantelamiento a escala global, verá en esta película un dramón digno de la izquierda trasnochada. Quien entienda el presente neoliberal como un azote a la dignidad humana apreciará el nuevo Yo acuso de Loach.
Desde esta segunda perspectiva, los aciertos del realizador inglés pesan más que algunos aspectos cuestionables. Entre los primeros, figuran el tino para retratar la faceta más perversa de la tecnocracia primermundista (aquí no hay nadie gasallesco, con perdón del autor de la crítica publicada en Página/12). También corresponde elogiar la constitución de un elenco sólido, donde sobresalen los actores protagónicos Dave Johns y Hayley Squires.
El mayor reparo aparece ante un desenlace predecible, acaso muy condicionado por la intención de subrayar la estrecha relación entre ficción y realidad con la lectura formal de una suerte de manifiesto. A algunos espectadores nos juega en contra conocer de antemano una parte de ese contenido, citado en afiches y otras piezas promocionales del largometraje.
Yo, Daniel Blake se estrenó en nuestro país el jueves pasado, cuando todavía se mantenía álgida la discusión en torno a los recientes amagues gubernamentales con miras a reducir las pensiones por discapacidad y por viudez. En este contexto, la película de Loach ofrece un adelanto del futuro siniestro que nos depara la alianza Cambiemos, y que sólo reconocemos los argentinos preocupados por el avance local del neoliberalismo global.