El veterano director británico (el de Mi nombre es Joe o Agenda oculta), sigue con la cámara atenta a las historias de la clase trabajadora de su país. Yo, Daniel Blake es como una esencia de esa obra, y si bien no su mejor película, la que le ganó la Palma de Oro en Cannes 2016. Un relato que abre con su protagonista (Dave Johns) iniciando los trámites burocráticos que siguen a un infarto, que no vemos pero que le impide seguir trabajando al menos por un tiempo. Peor es la situación de Katie, madre soltera de dos hijos pequeños que no tiene trabajo, ni prácticamente para comer fuera de la ayuda estatal. Con ella Blake se une como familia, una creada por la desesperación o, mejor, la solidaridad entre los que casi nada tienen. En esa relación, mediada por los chicos, aparece la ternura capaz de suavizar -un poco- la tremenda aspereza del sistema que los corroe. Pero Loach parece estirar demasiado ese relato, acumulando desgracias para ambos personajes y bordeando un miserabilismo que, paradójicamente, le quiza fuerza a su denuncia. Con menos golpes, la mirada hacia los desfavorecidos de ese sietema, en el primer mundo opulento, hubiera sido igual de claro y contundente.