Mi nombre es todo lo que tengo
Aquí menos estereotipado, Loach aborda las dificultades de un carpintero por conseguir una pensión.
El cine de Ken Loach es de denuncia social. El director de Pan y rosas viene quizá repitiendo la fórmula, salvando algunas películas como El viento que acaricia el prado, pero Loach lo ha dicho; hace 50 años que filma la misma película. Algo así como hacen los hermanos Dardenne, con su cámara en mano y sus personajes también trabajadores.
En Yo, Daniel Blake, vuelve a mostrar las desigualdades e injusticias que debe afrontar la clase obrera inglesa. Siempre tienen buen corazón, salidas ingeniosas, humor pese a las dificultades, y si hay que hacer una división, no una grieta, entre los malos y los buenos, ya se sabe de qué lado están.
Y de qué lado está Loach.
Pero esta vez todo pareciera menos estereotipado.
Blake es un carpintero. 59 años, viudo, sufrió un ataque cardíaco y el médico le recomienda que cese de trabajar. Daniel se acerca, entonces, a Seguridad Social para conseguir un apoyo, una pensión. E ingresa en un laberinto burocrático que atenta contra su salud, no sólo cardíaca, sino mental y espiritual.
“Soy un ciudadano”, esgrime en un momento como su mejor defensa.
Nada, pero nada podrá modificar su conciencia ni sus principios. Daniel Blake es, sí, un personaje arquetípico de Loach. Si hay que luchar, se lucha. Hasta cuando se pueda, o más.
Pero Yo, Daniel Blake tiene otro personaje que la está pasando mal, tal vez peor que el protagonista. Es Katie (Hayley Squires), madre de dos criaturas que debió mudarse de Londres a Newcastle, donde vive Blake, y así y todo no puede dar un paso adelante.
Loach no confronta sino que empareja a los personajes y sus situaciones. Porque una cosa es llegar casi a los 60 y no tener dónde caerse muerto, y otra es ser joven, con hijos a cargo y estar en la misma encrucijada.
Como si Inglaterra no previera ni se preocupara por el cuidado y el mantenimiento de su sociedad. Borren el “como si” y no utilicen el potencial.
Tal vez la Palma de Oro en Cannes ayudó a que Yo, Daniel Blake tuviera una respuesta entusiasta por parte del público británico, ya que lo que cuenta es sumamente doloroso y el cine de Loach no suele ser, en términos de taquilla, popular. Pero el filme está contado con tesón, firmeza, ardor y buenas intenciones, y todo eso salta de la pantalla hasta la platea.
A excepción de la escena en la que Katie ingresa al banco de alimentos, y donde el director de Como caídos del cielo “aprieta” más el lápiz (la cámara) y remarca innecesariamente. Y cierto desenlace de un personaje ,que se siente como un mazazo.
Dave Johns, un comediante que viene prácticamente de la TV, es el motor, el propulsor del filme. Dice lo que Loach siempre ha dicho, actúa como un vecino, se hace querible hasta en sus berrinches. El director más que pintar su aldea, no sólo muestra su país, sino la sociedad en la que muchos vivimos alrededor del mundo.