Para los iniciados en estas lides, les cuento que ha llegado a nuestras salas lo nuevo del enorme Ken Loach. Seguramente debe ser el realizador con mayor sensibilidad social que yo recuerde en los últimos 20 años.
Es inglés, patalea contra el sistema y desde hace años ha realizado películas donde retrata las luchas sociales silenciosas y febriles, de gente común enfrentada al gigante monstruo de la burocracia neoliberal moderna.
Y como siempre digo, algo hay que aprender de los británicos. Sus films atacan al gobierno en la mayor parte de los casos y sin embargo, son financiados con fondos públicos. Increíble. Se imaginan algo así en este lado del mundo?
Loach ganó con "I, Daniel Blake" la Palma de Oro de Cannes en 2016 y está bien. Es una cinta tremenda. Simple. Calida y humana. Y contundente en sus principios. Una producción destinada a concientizar y denunciar el destrato a que los gobiernos actuales someten a sus ciudadanos, amparados en su supuesto derecho a establecer reglas claras para evitar transgresiones al sistema.
Esta es la historia de Dan (Dave Johns), viudo de 59 años, sin hijos, carpintero, que sufrió un accidente mientras trabajaba. Su corazón falló. Pero ahora está mejor y aguarda que pasen unos meses para volver a su empleo. El problema es que alguien hizo una evaluación incorrecta de su caso y ha perdido el seguro médico.
Lo han declarado "sano". Y por consiguiente, para conseguir el subsidio que le permita sobrevivir, tiene que demostrar que está buscando empleo. Dan no entiende los principios de este perverso mecanismo y la cosa se complica porque todos los trámites que tiene que hacer, son online y él no tiene nadie que lo ayude con eso.
Para peor, cada vez que pide ayuda en las oficinas esttales a las que acude, nadie lo escucha, y cuando lo hacen, es para sacarlo del edificio acusandolo de generar disturbios.
En una de esas visitas para intentar que alguien lo ayude, Dan se cruzará con Katie (Hayley Squires) y sus hijos Daisy (Briana Shann) y Dylan (Dylan McKiernan), quienes vienen desde Londres a Newcastle, donde transcurre la acción. La mujer no tiene empleo y le dieron una vivienda social por su situación, pero a muchos kilómetros de su familia.
Sin más ayuda que la que Dan pueda proveer, Katie intentará organizar su vida en la nueva ciudad, tratando de conseguir empleo para arreglar la casa que le dieron y garantizar la comida para sus hijos, cosa no tan simple como se verá. Harán una alianza tácita para acompañarse y enfrentar la adversidad de la subsistencia diaria en el frío invierno inglés.
Loach pinta su aldea con furia. Asistimos al calvario de Dan, quien se va viendo atrapado en la red creada por el sistema, diseñada para que el valor de cada ciudadano, sea reducido a un conjunto de variables a comprobar desde un ordenador.
El cineasta inglés muestra los dientes y arriesga a sus personajes a atravesar ese mar de dolor y resignación ante la fuerza de la cruda realidad económica europea (y mundial,desde ya) en un mundo que no tiene lugar para lo que no es digital y pragmático.
Sensibiliza al espectador y le muestra una faceta cruda de este modelo económico: en este universo actual y en el que está delineandose, no habrá lugar para muchos y el rol del Estado estará a contramano de las expectativas de su pueblo...
Lo que se ve aquí es una potente instantánea de un conflicto que se reproduce en todo el mundo. Pero Loach, voz autorizada en la materia, denuncia y exhibe en lenguaje artístico una realidad oscura y lacerante como pocas, la desidia de quienes gobiernan, frente al dolor de los excluidos. Extraordinaria lección de cine.