La máxima ganadora de esta edición fue un panfleto sin ingenio, de buenas intenciones pero ineficaz y contradictoria frente al tema elegido. Es legítimo querer cuestionar el orden vigente económico mundial, que naturaliza sus injusticias, como si el neoliberalismo fuera un plan evolutivo de la especie surgido de las entrañas de nuestros genes. Pero el camino elegido por el cineasta inglés Ken Loach en I, Daniel Blake es una representación bastante inocua y narcótica de cara a las asimetrías sociales que detecta. Lo que vemos es conocido, y su tratamiento, más que hendir el sentido común para poder pensar algo nuevo o simplemente ver de otro modo, redobla la familiaridad del tema y congela el diagnóstico, apelando al peor argumento político en el cine: la empatía sensiblera.