El film narra la historia de Zew, un hombre nacido en 1941 durante la segunda guerra mundial en un campo de prisioneros de la Isla de Rodas. Lugar donde desembarcaron sus padres Jaime y Ruth luego de escapar del pueblo polaco antes de la invasión nazi.
Un documental de Irene Kuten sobre migrantes y aprendizajes La realizadora Irene Kuten aborda la historia de vida de Zew, un inmigrante nacido en la Isla de Rodas durante la segunda Guerra Mundial que desde 1949 vive en Argentina. La historia de vida de Zew está plagada de anécdotas y vivencias, algunas trágicas y otras no tanto, pero que él las recuerda y narra con una naturalidad infrecuente. Relatos que busca transmitir a sus nietos para que perduren en la memoria. Una historia que comenzó en 1941 cuando nació en un campo de prisioneros y que después de un largo periplo siguió en Argentina, país donde se radicó, le permitió estudiar psiquiatría, profesión que aún ejerce, y formar una familia. Zew busca contar la historia de su pasado a sus nietos y para hacerlo estudia magia, convencido de que ellos puedan entender lo trágico como un truco de magia. Kuten estructura este documental personal, pero también familiar, a partir de dos líneas narrativas. Por un lado, observando la cotidianidad presente de Zew, y por el otro a través del mecanismo de la animación para narrar el pasado. Pero ambos relatos no están disociados, sino que forman parte de un todo, ya que Gina la nieta de Zew, resignifica la historia para volverla a contar desde su mirada. Pasado y presente se unifican en una visión que apunta al futuro. Zew (2022), que hace foco en la memoria y en la transformación de la tragedia en aprendizaje, cuenta la historia de muchos y muchas migrantes, pero tiene algo que lo vuelve único y es su protagonista: Zew Kuten, un hombre que su sola presencia en cámara se convierte en una presencia mágica.
El documental de Irene Kuten narra el pasado y presente de su padre, Zew, ese hombre que nació en un campo de prisioneros de la isla de Rodas en 1941, durante la Segunda Guerra Mundial, donde llegaron sus padres escapando del nazismo. Tras una odisea que fortaleció a esos padres y al propio Zew, arribaron a la Argentina en 1949, donde ese joven fue inscripto en migraciones como José, hecho que marcó el inicio de una nueva historia pero que también revalorizó aquella que la precedió, la que Zew se ocupa de mantener viva a través de los relatos. De esta forma, su hija honra ese espíritu al escindir su documental en dos partes que se entrecruzan irremediablemente. El pasado de Zew y su familia es revisitado por su nieta Gina con su voz en off y con viñetas animadas; y el presente es mostrado por Kuten a través de la cotidianidad de ese hombre de enorme sensibilidad. La obra de la realizadora comienza con una cita de José Saramago que rescata el valor de quienes emigraron y garantizaron, de esa forma, ese futuro, ese “pan que su tierra le negaba” a las generaciones posteriores (Kuten reúne a dichas generaciones en un final austero y nostálgico), y continúa con postales de Zew recorriendo la ciudad. Desde charlas con un peluquero que dejó atrás a su Uruguay natal a otras con un profesor de magia, Zew es definido a través de sus actos, como cuando se asombra ante la historia dual de las mariposas (“una de encierro y otra de libertad”) y ante ese clima inigualable que tiene la tradición oral cuando se comparten los trayectos y se reivindica la ancestralidad.
La historia de Zew Kuten es sin dudas singular. Una historia que arranca incluso antes de nacer, cuando sus padres huyeron de Polonia a comienzos de la Segunda Guerra Mundial intentando escapar a Palestina, naufragando en el Mediterráneo y siendo capturados por los fascistas para terminar en un campo de prisioneros en la Isla de Rodas donde Zeus nació. Tras la liberación la historia sigue su periplo por Italia, esta vez sí Palestina, nuevamente Polonia, Francia, y finalmente Argentina. Es allí donde el joven Zew va a crecer, estudiar medicina, especializarse en Psiquiatría y participar de las trascendentales experiencias de desmanicomialización que se dieron en el país en la década del 60. Y también donde va a formar pareja y una familia que incluye a su hija, Irene Kuten, la directora del film. Pero la historia de Zew Kuten es a la vez una historia que tiene algo en común, en tanto forma parte de la experiencia migrante. Una experiencia con sus particularidades y a la vez compartida con otras miles de personas a lo ancho del planeta y a lo largo de la historia. Y eso es algo que Iren Kulten, contando la historia de su padre, también quiere mostrar. En su primer largometraje en solitario, la realizadora divide el relato en dos líneas principales. Por un lado la que cuenta los primeros años de vida de Zew hasta su llegada a la Argentina, que está mostrado de un modo muy original a través de maquetas y animaciones, y narrado por Gina Camiletti, hija de Irene, nieta de Zew. Por otro lado, el propio Zew cuenta su historia en Argentina y su presente, el cual incluye su vida familiar, su visita al campo de prisioneros donde vivió, hoy convertido en museo, sus encuentros con viejos compañeros y también con otros migrantes: un tintorero japonés, un chef ruso y un peluquero uruguayo, a los que el protagonista entrevista. O mejor dicho, con los que conversa, en una charla distendida en medio de su actividad cotidiana, y donde estos cuentan las circunstancias que los trajeron desde sus lugares de origen y cómo hicieron para adaptarse y construir una nueva vida en otra tierra. Con este último recurso, incluir en el relato a otros migrantes, lo que hace es ubicar la historia de Zew dentro de una experiencia colectiva. Con el primero, hacer que la historia la narre su nieta, la coloca dentro de un linaje (del que ella también forma parte) e introduce también el tema del legado. Algo que también se hace evidente cuando él mismo se lo cuenta a sus nietos y también cuando la comparte con la guía del campo de prisioneros y con otros visitantes, estos también migrantes, esta vez egipcios en Italia. El film va y viene entre lo particular y lo general, lo singular y lo universal, pero también habla de una historia ocurrida hace 80 años para llamar la atención sobre el presente, donde los problemas que generan las migraciones, sean humanitarios, políticos o económicos siguen presentes. El sufrimiento es una condición indisociable de la experiencia migrante, que está en los motivos que la provocan o en el las dificultades de adaptarse a las nuevas circunstancias. Algo de eso se expresa en el documental, pero la realizadora prefiere encarar el tema desde un registro que trascienda la tragedia, poniendo el foco en las relaciones de solidaridad, el poder de la transmisión y la capacidad de reconstruir. Y, con ello, brindar un relato más cálido y luminoso. ZEW Zew. Argentina, 2022. Dirección: Irene Kuten. Elenco: Zew Kuten, Gina Camiletti, Susana Siculer. Guión: Irene Kuten. Fotografía: Pigu Gómez. Música Original: Federico Mizrahi. Montaje: Diego Tomasevic. Dirección de arte: Cecilia Zuvialde. Sonido: Lucho Corti, Daniel Manzana Ibarrart. Producción General: Mónica Simoncini. Duración: 70 minutos.
El filme, narrado en parte por Gina, la nieta mayor del personaje,de 16 años, en otros momentos es el mismo Zew quien nos cuenta parte de su historia. En sentido estricto el filme instala la idea de desarraigo por ser inmigrantes, el mismo personaje aclara que eso no es vivido por él, ya que llego con ocho años de edad. Los encuentros con otros inmigrantes un japones, un ruso, un uruguayo. En este punto todos estos encuentros se quedan en la presentación de cada uno, casi no tienen demasiado desarrollo. Es verdad que en esos primeros años lo permanente para Zew
"Zew, los mundos que se encuentran": los cuentos del inmigrante A través de su protagonista, la película narra no sólo la historia de Zew sino también la de otros migrantes, una parte fundamental de la historia argentina en el siglo XX. después. Junto a sus hermanos asisten además, encantados, a la sesión de magia final de José, que hace salir previsiblemente de su galera una bandada de mariposas animadas. En la cita inicial, José Saramago habla del peso que el emigrante lleva sobre sus espaldas. Zew sin embargo parece no cargar con ningún peso, y tal vez tampoco suceda eso con los otros inmigrantes que aparecen en la película (al menos el japonés, el ruso y el uruguayo, ya que de los egipcios no sabemos nada). A pesar de las dificultades (el campo de prisioneros, con una dirección asombrosamente “liberal”, en el que pasó dos años de pequeño; la sucesión de viajes con sus padres; la integración al nuevo país sin saber una palabra del idioma), Zew dice haber tenido “una serie de gratificaciones”. Y se le cree, basta verlo y oírlo. Hay un plano metafórico que, como toda buena metáfora cinematográfica, no se percibe como tal. Zew llega a su casa, descorre las cortinas, se acerca a mirar por la ventana y la luz entra a chorros. José, el luminoso. Con un guion estructurado con claridad (sea previo o posterior al rodaje, ambas cosas seguramente) y un montaje fluido, la realizadora Irene Kuten incluye, además de las maquetas que va armando su hija a partir de la historia de los abuelos, fragmentos de animación muy “animados”, con perdón por la redundancia. Acompañados de una banda de sonido de Federico Mizrahi que también fusiona tradiciones musicales diversas (violín, clarinete y bandoneón), esos fragmentos son lúdicos y livianos, por más que cuenten una historia que podría haber dado para rasgarse las vestiduras. Imponen sobre la película un tono de cuento infantil, acorde no solo con el momento vital que narran sino, tal vez también, con los cuentos que a Zew le gusta contar a sus nietos. Y con el propio carácter de José, que al borde de los 80 parece conservar la misma curiosidad, la misma sed de aventura, con las que puso un pie en Buenos Aires, cuando tenía solo siete años.
Irene Kuten la hija del protagonista, elige contar la historia de los migrantes, desde el propio derrotero familiar hasta los ocasionales habitantes extranjeros que él conoce, para enfocar su mirada a los destinos de tantos seres humanos que por distintas razones recorren destinos hasta afincarse en una tierra desconocida. El caso de Zew, es paradigmático, nació en un campo de prisioneros en Rodas, en l941, de ahí fue a Palestina, de allí naufrago el barco en que iba su familia, hasta que llegó a nuestro país para transformase en psicoanalista. Pero también es un aprendiz de mago para entretener a sus nietos y transmitirles su experiencia. Una vida inspiradora que motivo a la realizadora a hacer su película, a su nieta una instalación con recorridos y animación, y a todos una reflexión sobre territorios y destinos.
Una historia de amor y resiliencia, que en el afán de reconstruir el pasado de un hombre, para no olvidar una gesta sangrienta, que lo tuvo como protagonista, se teje una red comunitaria que termina siendo la memoria y el presente de la identidad inmigrante.
Cuando Alemania ocupó Polonia, los abuelos de la directora Irene Kuten huyen del pueblo en donde vivían, pero naufraga el barco que los traslada, siendo capturados y confinados a un campo de concentración improvisado en la isla de Rodas. Allí nace Zew, y esta es su historia. En clave documental, aquí se aborda el tema de la memoria y la migración. De pequeña, Irene escuchaba, una y otra vez, la épica historia que la fascinaba. De adulta, los ojos miran distinto pero el corazón se estruja de igual manera. Hoy, el recuerdo pervive, pero encuentra nuevas aristas para pronunciarse acerca de su historia personal. Allí emprende su camino la documentalista: “Zew” estructura con animaciones para relatar la historia que abarca desde el nacimiento hasta la llegada del padre de la autora a Argentina. Confinado entre su primer año de vida y sus tres años en Ferramonti (Italia), su tránsito cotidiano en Buenos Aires lo cruza con otros inmigrantes en una urbe que los adopta. Se trata de pertenecer, todos buscamos ese lugar adónde regresar. Luego de cuatro años de proceso, este ejercicio sumamente personal finalmente puede llegar a nuestras salas. En términos inspiradores, “1943-97”, un cortometraje e Ettore Sola sirve como referencia inmediata, la memoria acomoda cada pieza en su justo lugar. Zew es un sobreviviente más de la cruenta guerra y una parábola se traza acerca de las persecuciones actuales y las actitudes expulsivas de un país que describen a un modo sistemático de naturalizar la desigualdad. Kuten, acertadamente, no romantiza la tragedia, y no por ello deja de hablar con ternura y evidente nostalgia.