Selena es una mujer que heredó conocimientos de magia, aunque siempre se negó a usarlos para castigar a quienes hacen el mal. Así y todo, en el pequeño pueblo donde vive hay algunos exponentes que ponen énfasis en discriminarla. Su hija adolescente está aprendiendo a usar algunos de esos poderes, pero es secuestrada por una red de trata junto a algunas amigas. Y, ante la impericia y la corrupción de la policía, los métodos alternativos de Selena se convierten en el camino más certero para rescatarlas. . Bruja tiene algunas cosas muy buenas: la construcción de ese microcosmos rural que parece pintoresco pero oculta entramados de odio y de poder detrás, el tratamiento del tema de la prostitución forzada y la trata de blancas, que echa algo de luz sobre los mecanismos de manipulación y maltrato a los que son expuestas las victimas, una banda sonora que genera momentos increíbles, y la actuación de Erica Rivas, que es de lo mejor que he visto en cine de género local en los últimos años. . Ahora si, la parte floja. Por la sinopsis de la película había entendido que Selena renegaba de sus poderes por completo, no solo de usarlos para castigar el mal, y creo que eso le hubiese dado un arco de transformación mucho más profundo y contundente. . Ahora si, la parte mala. Los efectos visuales. Acá banco, no obstante, la honestidad del tráiler que muestra "algo" de lo que vamos a ver en el producto final, no dibuja ni vende nada que no sea. Pero muchas cosas se sienten innecesarias y mal llevadas a cabo. Desconozco las internas de la producción, pero entiendo que es más sencillo grabar una noche que emularla, por ejemplo. Hay algunas chispas, "podercitos" y demás que dan color a momentos que con una construcción oscura y sugerida funcionarían mucho mejor. El espectador de nicho sabe que "puede fallar" y si bien lo nota, lo toma como un aspecto más de la película, y ya. Pero el espectador que hay que conquistar, el masivo, el que va a ver "una de Darin" ese tipo de falencias no las perdona. . Balance general: tiene cosas muy buenas, pero a los amantes del genero los efectos nos terminan doliendo un poco.
Recuerdo que la primer entrega de It me había gustado mucho. La había visto por la mañana, en la función de prensa, quedé angustiada y con miedo aún caminando por la calle a plena luz del día. Por supuesto, la expectativa respecto al cierre era muy alta y fue cumplida en gran parte. Veintisiete años después de los hechos iniciales, las cosas en Derry se complican de nuevo: empiezan a aparecer indicios del regreso de Pennywise. Mike, el único integrante de los Losers que no se fue del pueblo, se contacta con el resto para que cumplan con el juramento que hicieron en su momento: volver al pueblo y terminar con el payaso si regresaba. Claro que cada uno tiene su vida armada, la reunión no es nada fácil y el aceptar la misión menos aún. Primero lo que no está tan bueno: se siente un poco redundante respecto a la primera parte. El grueso de la película pasa por mostrar a los protagonistas enfrentándose a sus miedos de modo individual hasta que se agrupan y se produce el enfrentamiento final. Si, a nivel narrativo pasa más o menos lo mismo, pero a nivel visual se redobla la apuesta: toda la puesta es mucho más ambiciosa, dando la sensación que la producción creció a la par de los chicos. El CGI no sólo es muy realista, sino que además los diseños y las texturas son muy originales, alejándose de lo que estamos acostumbrados a ver. El otro caballito de batalla de It Chapter 2 son las actuaciones: los personajes no sólo fueron casteados siguiendo un fuerte lineamiento de parecido físico, sino que las performances rescatan cada pequeño gesto, modismo y postura de los chicos y los ejecutan con precisión y prolijidad. Hay dos cosas, sin embargo, que logran ejecutar un miedo por momentos muy profundo. El hecho que Pennywise sepa a qué le teme cada uno, y pueda recurrir de modo directo a sus talones de Aquiles es aprovechado hasta la última gota. Es un miedo mucho más genuino, auténtico y visceral que el que genera cualquier ente desconocido. Un fantasma te asusta. Pero TU fantasma te aterroriza, te inmoviliza, une tu pasado con tu presente para que tiemblen juntos. El miedo les cala los huesos de modo tan profundo que todas las acciones que llevan a cabo las ejecutan debilitados, conmocionados, teniendo que resolver primero un problema interno para poder enfrentarse al monstruo. Y, además, la imposibilidad de diferenciar realidad y alucinación. Pennywise nos sumerge, a la par de los personajes, en un mundo donde los temores más profundos se materializan. O no. Y esa imposibilidad de distinguir qué es real y qué es producto de la mente es otra de las sensaciones más escalofriantes que cualquiera pueda atravesar. Porque juega con un miedo que todos tenemos presente en mayor o menor medida: la pérdida de la cordura. Lo último que quisiera destacar es el uso del humor: inteligente, dosificado, ubicado en el momento preciso en el cual no interrumpe ningún clima. Algo que deberían aprender gran parte de los estrenos de terror que saturan el mercado a fuerza de jump scares. It Chapter 2 redobla la apuesta de su predecesora en cuanto a la intensidad del miedo y las pretensiones tanto visuales como sonoras, y logra superarla. Aunque uno pueda no estar de acuerdo con algunas cuestiones narrativas, que se sienten redundantes al verla en conjunto con la primera parte, es innegable que es una de las mejores producciones de terror de los últimos años. Publicada originalmente en Revista cine fantástico y bizarro
Situada en Hollywood a fines de la década del 60, Once upon a time in Hollywood propone tres historias principales: el devenir del actor Rick Dalton (Leonardo di Caprio) en medio de una industria que está cambiando, las aventuras de su doble de riesgo Cliff Booth (Brad Pitt), y la vida cotidiana de Sharon Tate (Margot Robbie). Claro que cualquiera que conozca los hechos reales que Tarantino toma como punto de partida, sabe que algo, terrible e irreversible, puede pasar en cualquier momento. La trama tiene una estructura más bien moderna, donde los personajes divagan y se enfrentan a algún que otro inconveniente que ayuda más a construirlos sus personalidades que a consolidar la causalidad de la trama. Se agradece el tiempo para conocerlos, sobre todo porque las actuaciones son impecables y la química entre Pitt y Di Caprio es destacable. Tarantino tiene una fórmula que es algo así como inflar un globo, mantenerlo al borde de la explosión hasta que al espectador se le rompen los nervios, y en ese momento reventarlo, en medio de una lluvia de sangre, tripas y violencia que ni te imaginabas que estaba ahí adentro. La explosión funciona a la perfección. Es desmedida y cumple con todas las expectativas que alguien que conoce su filmografía tiene. Pero acá lo “malo”: se me hizo muy cuesta arriba la primera parte, que es casi toda la película en realidad. No logré empatizar con ninguno de los personajes en ningún momento, si alguno desaparecía de la trama y solo continuaba el devenir de los otros dos sentía que no me iba a perder de nada. Pero claro, están ahí por la explosión final, que no funcionaría del modo en que lo hace de faltar alguno. (¿Viste que Tarantino sabía, eh?). Y dicho lo negativo, tiene algunos momentos que destilan cinefilia y amor al cine, pero alejándose de la demagogia y lo tribunero, reduciendo el universo de referencias a una experiencia “para entendidos”. Además del diálogo con otras películas al que nos tiene acostumbrado el director, el hecho de desarrollarse en la meca del cine le permite introducir muchos más elementos (y personajes) de modo orgánico. Si hay una secuencia que mi ñoña académica rescata con todo su corazón, y es aquella en que Dalton está en rodaje de un programa televisivo. El tratamiento de la ficción dentro de la ficción, sobre todo a través del uso del sonido, es una auténtica lección de cine, en lo práctico y en lo teórico, algo que no sucede habitualmente en los tanques que se estrenan jueves a jueves. Lo mismo sucede en el modo de contar: cada plano está lleno de amor al cine y de respeto al espectador, se nota cuándo es un verdadero autor quien lleva la batuta. En síntesis: me aburrió, en el corto plazo no creo verla de nuevo, pero el talento de Tarantino, de todo su equipo (especialmente el team actoral) y su amor al cine son innegables. Prefiero toda la vida aburrirme con una película de estas que pasar dos horas “entretenida” con cualquier producto comercial random.
¿Sabian que hay un John Wick de verdad? Vamos a darle un poco de contexto al asunto. El personaje surge de la pluma del guionista Derek Kolstad, quien dio vida a un sicario cuyas aventuras tendrían como eje la venganza y su carácter de antihéroe. El primer proyecto se llamaba Scorn (Desprecio) y su figura central rondaba los 60 años. Cuando Keanu Reeves se sumó al proyecto, la edad pasó a ser anecdótica (y claro, lo tenían a Keanu re emocionado ahorcando a gente imaginaria para meterse en personaje, ¿Cómo rechazas eso?). Kolstad tomó el nombre de su abuelo, quien se dedica a la construcción, y la franquicia cambió de denominación por idea de Keanu. ¿Por qué les cuento esto? Porque tengo ganas de agregarle data curiosa a las reseñas. Uno nunca sabe cuándo le pueden preguntar en El Imbatible de dónde surge el nombre de John Wick. La tercera parte de la franquicia comienza apenas termina John Wick Chapter 2 (2017). Nuestro héroe (porque a esta altura se convirtió en un icono de la cultura pop) está huyendo de una parva de asesinos dispuestos a cazarlo. Es que en los últimos minutos de la entrega anterior violó una regla de oro: cometió un crimen dentro del Hotel Continental. Para sumarle más ceros a su recompensa, resulta ser que su víctima era integrante de la Mesa Suprema. En este mundo de criminales a sueldo y sociedades secretas quedar «Excomunicado», como John al inicio de Parabellum, significa tener la membresía suspendida, con lo cual no puede acceder a ningún servicio (armas, alojamiento, atención médica) ni a la ayuda de los otros miembros. Y así, solo, en un universo que no deja de mostrar nuevas facetas, paisajes y complejidades, comienza una nueva aventura. Ese es el primer punto a su favor. Las franquicias caducan cuando ya no tienen nada que aportar, y no es el caso de esta entrega. Nuevos personajes, vinculados al pasado de Wick (gran acierto nunca haber revelado demasiado sobre él), nuevos roles dentro de esta sociedad y lugares nunca visitados nos dan un vistazo más general a su mundo, pero no lo agotan (si, queda latente una cuarta entrega). Y de estos nuevos personajes, quizás el más resonante sea el de Sofia (Halle Berry) y, de modo llamativo, lo mejor de su participación no es precisamente ella (Sin spoilers, sin spoilers). Las coreografías de pelea siguen siendo increíbles y parecen no tener límites a la hora de incorporar elementos. Y algo interesante en este punto es que se muestra el cansancio y la factura que los años y las palizas recibidas le pasan a Wick. Si bien se juega con forzar hasta dónde llega el verosímil mediante la exageración, cada tanto hay una vuelta al realismo que establece una tensión constante la cual se estira, pero nunca se rompe. Y la potencia, la violencia y lo visceral de estas peleas están reforzadas por todos los elementos que las puedan reforzar: ambientes increíbles, movimientos de cámara precisos e iluminaciones acordes a cada espacio, cuya variedad termina conformando un paisaje misceláneo de colores y texturas que supera a las dos entregas anteriores. En lo personal, no sé si me convence del todo que la saga no haya cerrado como trilogía, dando a entender que tendremos una cuarta parte (luego confirmada oficialmente). Si bien es cierto que queda mucho camino por recorrer y se está construyendo de modo minucioso y a conciencia, siempre prefiero que los ciclos se cierren con gloria.
La noción de monstruo es tan amplia como antigua. Puede hacer referencia a seres excepcionales, ajenos al orden normal de la naturaleza, muchas veces combinaciones híbridas de características humanas y animales, o a seres nefastos, cuya monstruosidad reside en el orden moral de sus acciones. Nuestra cinematografía siempre fue más adepta a retratar monstruos humanos en detrimento de criaturas fantásticas, algo que va de la mano con el poco desarrollo que ha tenido el cine de género en sí. Si quieren saber en qué vereda se sitúa Muere, monstruo, muere (A.K.A. MMM) y qué tipo de monstruos la habitan, van a tener que verla :) Las mujeres de un pueblo mendocino cercano a la cordillera están siendo decapitadas. Y no hay en este acto ningún tipo de estilización o romanticismo: las imágenes son explicitas y crudas, el espectador puede sentir todo el dolor de la víctima en la primer escena. La trama se desarrolla en clave policial, donde descubrir quién es el asesino es el objetivo principal, pero se va complejizando a medida que se profundiza en las vidas de los personajes, triángulo amoroso incluido. Vale la pena destacar la iluminación como modo expresivo, logra generar unos climas muy potentes, por momentos estremecedores. Una de las cosas más interesantes, e innovadora dentro del cine nacional, es que Alejandro Fadel, su director, no tiene miedo a la hora de ir introduciendo elementos fantásticos en un filme que comienza con un impacto visual y un nivel de explicitud poco habituales, pero anclado dentro del realismo más racional. Los indicios que va dando funcionan de modo sutil, guiando al espectador a través de un camino atípico. Y, como siempre en relación al cine argentino, si se dejan de lado los prejuicios el resultado es muy satisfactorio. Y ya llegamos al punto donde podemos explicar el título de la reseña. MMM es el monstruo bueno. Es la película diferente, la que mezcla elementos de diferentes naturalezas, que genera una extrañación al verla, a la que muchos no querrán acercarse por miedo. Pero, si logran vencer el prejuicio, descubrirán una propuesta única, que tengo la esperanza que marque tendencia. Necesitamos más monstruos como ella.
Parrafraseando a los Simpsons… “el reboot del que nadie esperaba nada, nada está haciendo” Vamos a dejar de lado la trilogía dirigida por Guillermo del Toro y protagonizada por Ron Pearlman, este reboot apunta a otra cosa. ¿A qué? No lo sabemos exactamente. No, mentira. Pero retomaremos esto en la conclusión, así leen hasta el final *se salteaban toda la nota hasta el último párrafo* La película arranca con una fábula cuasi medieval: la leyenda de cómo el rey Arturo detuvo a la malvada bruja Nimué, cortándole la cabeza con su mítica espada Excalibur, para luego desmembrarla y esconder las partes de su cuerpo, aún vivas, a lo ancho del país para neutralizar su poder. De ahí pasamos al presente: un Hellboy en tensión constante con su padre, yendo a buscar a su compañero Estevez en Tijuana, y emborrachándose al no poder lograrlo. Su camino no tarda en cruzarse con el de una revivida Nimué y una Alicia que también está vinculada con “los malos”. Empecemos hablando de lo bueno. David Harbour lleva con decencia un personaje bastardeado desde el guión. A pesar de las enormes protésis que, obviamente, no permiten una gesticulación extrema, por momentos sus miradas dicen mucho. El personaje de Alicia también hace aportes a la trama que permiten que avance el guión, y la interpretación de también alcanza buenos niveles. Para los más fanáticos la aparición de Lobster Johnson también puede contar entre lo mejorcito. Y la primer escena postcréditos (son dos) tiene una iluminación y un ritmo sobresaliente. Pasamos a lo no tan bueno. O a lo malo. El primer punto cuanto menos polémico es el CGI. Aparecen una cantidad de monstruos con diseños interesantes, pero se ven carentes de niveles y texturas, incluso por momentos los movimientos se ven más mecánicos que orgánicos. Con la sangre pasa algo parecido: es un fluido completamente artificial. Y aquí la pregunta: ¿es una propuesta o es una falencia? Si es una propuesta, no tiene razón de ser. Las películas de este tipo se apoyan fuerte en lo visual, por sus escenas de acción y por los universos que generan, y en ese sentido buscan atrapar al espectador y no generarle dudas o preguntas, con lo cual…descartamos la opción propuesta, y nos queda verlo como una falencia. Y el maquillaje corre en el mismo sentido. Párrafo aparte para el guión. Hay una intención y un conflicto, si. Hellboy tiene algo que hacer en función a alguien que quiere algo opuesto. Pero hasta ahí nomás. Las acciones que van construyendo esa trama están sueltas, se van ubicando dispersas y nunca hay una buena construcción de nada, siendo por decantación el desenlace como punto más flojo. Decíamos al principio de Harbour hacia lo que podía con un personaje bastardeado. Y si: queríamos decir que nos encontramos ante un Hellboy infantilizado, casi caprichoso, de comportamiento errático que además maneja un registro humorístico más propio de Adam Sandler en un mal día. Evidentemente, es un reboot que apunta a un público joven o disperso: lo fragmentado de la trama y su liviandad parecen apelar a un espectador que no puede mantener la atención en lo mismo por mucho tiempo, y responde a cánones de humor más básicos y políticamente correctos. No recomendada para fans.
Es innegable que DC manejaba algún tipo de herencia de la trilogía de Batman dirigida por Chris Nolan: alcanzaba niveles de (pretensión de) realismo y oscuridad que nunca terminaron de funcionar del todo bien. La imagen se puso más colorida con Aquaman (James Wan, 2018) pero la trama dejó bastante que desear. Hasta que alguien gritó ¡Shazam! y pegó un volantazo que agradecemos mucho. Por: Ayi Turzi A título personal, no le tenía nada de fe a Shazam: después de una Justice League que me rompió el corazón, una Wonder Woman potente pero que se pincha en su tercer acto y un Aquaman soporífero no esperaba mucho. La película comienza mostrando un niño, posible candidato a heredar los poderes de Shazam, que falla, demostrando que no es puro de alma. Los años pasan, el hechicero que debe delegar la función no logra encontrar a nadie que sea digno, y en un último intento le confiere sus poderes a Billy Batson, un preadolescente de 14 años, enceguecido con la búsqueda de su madre biológica y con un largo historial de huidas de casas adoptivas. El hecho que Billy sea un niño es lo que hace que esta historia de orígenes sea un soplo de aire fresco y se plantee como algo absolutamente nuevo. Lo primero que hace, acompañado de Fred (otro huérfano y además, cómo dice él mismo manejando un nivel de humor negro que arranca carcajadas, lisiado) es testear los poderes. Si, lo que vimos en trailers y teasers hasta el cansancio: jugar a ver si puede volar, si es a prueba de balas y medir el alcance de su fuerza. Hasta que aparece el malo, claro, y se tiene que dejar de joder. Por supuesto que la trama no es tan simple como resumí más arriba: tiene subtramas, pequeños inconvenientes y algunas sorpresas. Lo bueno, es que diferentes elementos que aparecen, como la búsqueda de su madre, la dificultad en adaptarse a su nuevo hogar y el bullying que sufre Fred en el colegio ayudan a construir el tercer acto, donde “la revelación” o “la resolución” cobran fuerza e impacto gracias a los pequeños elementos que la fueron construyendo desde el minuto cero. El gran, gran acierto de Shazam! es que se propone como una comedia: no pretende ser una película épica donde quizás termina siendo ridículo ver hombres vestido de lycra luchar por salvar el mundo. Rescata incluso, sin caer en referencias ni citas, cierto espíritu estructural de los ’80: algunos momentos vinculados a la aparición o accionar de los villanos recrean una atmósfera de terror muy bien lograda, así como pasaba en películas que hemos visto de chicos. Y es acá donde se nota que su director, David F. Sandberg, tiene experiencia en el género: ¿Les suenan Lights Out o Annabelle: Creation? Y, vinculado al espíritu que nos hace extrañar muchas veces “el cine que veíamos de chicos”, está el corazón de la película. La evolución en la relación entre los personajes y las cosas que aprenden en el trayecto logran tocarnos una fibra sensible (bueno, lo digo, logran hacernos llorar. O al menos conmigo lo hicieron). El otro punto fuerte es la elección del cast. El trío principal (Zachary Levi, Ascher Angel y Jack Dylan Grazer) logra una muy buena química y un excelente timing cómico. Si Levi y Angel interpretan a un Billy/Shazam que es, sin lugar a dudas, la misma persona, el vínculo con Fred refuerza la certeza. Y que este último los trate a los dos de la misma manera logra momentos desopilantes. Pulgar arriba entonces al cambio de tono general de DC: una comedia inteligente, llena de colores y luz alejados de la oscuridad tradicional, personajes queribles que experimentan un crecimiento y un villano a la altura de las circunstancias hacen de Shazam! una propuesta que supera las expectativas y se ubica entre lo mejor del primer semestre.
Ciro, un ladrón interpretado por Peter Lanzani, abre una camioneta 4×4 estacionada en una calle alejada con obvios fines delictivos. Lo que no sabe es que el vehículo está blindado y puede cerrarse a distancia, facultad que ejecuta su dueño para torturarlo con la excusa de darle una lección. Por Ayi Turzi La propuesta, dirigida por Mariano Cohn en solitario, con su clásico coequiper Gaston Duprat ahora a cargo de la producción, puede ser desglosada en dos partes: por un lado la trama y la forma, y por otro la bajada ideológica o su postura socio-política. Lo formal y narrativo son todo un ejercicio de estilo: soportada en el montaje y en la actuación de Lanzani, la situación de encierro logra transmitir una fuerte claustrofobia. Por momentos incluso, angustia. El paso del tiempo, la falta de recursos y la imposibilidad de escapar se suman a la voz telefónica del dueño de la 4×4 (Dady Brieva) quien parece llamarlo al principio para proponerle algún tipo de juego o desafío, intenciones que se diluyen, transformándose directamente en odio. Los pocos momentos en que la cámara sale del vehículo, lejos de proporcionar un respiro, terminan reforzando el encierro: Ciro grita desde adentro del vehículo, pero, al estar blindado e insonorizado, nadie desde afuera lo escucha. Y es en este punto donde podemos pasar a reflexionar sobre la bajada o postura. Ciro carece prácticamente de presentación. No sabemos quién es, de dónde viene, a dónde va o cuáles son sus motivaciones. Solo lo vemos entrar al vehículo, dañarlo y tratar de salir. Los datos que tenemos sobre su vida los vamos obteniendo con el transcurso de la narración, lo cual hace muy difícil de entrada empatizar con él. Lo contrario sucede con el doctor Ferrari: lo conocemos de primera mano por su propia voz, su relato en primera persona sobre la cantidad de veces que sufrió hechos delictivos, el esfuerzo que le costó construir su vida y demás. Esta diferencia que notamos en la introducción de los dos personajes principales se replica en cada diálogo y cada acción, no solo de ellos, sino también de lo poco que vemos en su entorno, generando una dinámica donde el pobre no tiene casi identidad, pasado ni futuro y puede ser reducido a un trato animal en una aparente búsqueda de justicia, mientras que el rico tiene una profesión que ayuda al bienestar de la sociedad y todo lo que tiene lo ganó por su trabajo, encontrándose en legítimo derecho de ejercer la defensa de sus posesiones como mejor le parezca. En particular, estas circunstancias me generan como mínimo un debate interno. Ninguno de los personajes está del “lado correcto” de acuerdo a lo que podemos considerar, mediante una enorme simplificación, el bien o el mal. Incluso, el médico, quien debería (siempre de acuerdo a generalizaciones estereotípicas) velar por la integridad física de los demás no duda en ensañarse con el bandido. Lejos de recibir una condena social por lo que hace, el entorno lo apoya y lo viva. Incómoda por esta cuestión de no poder empatizar con ningún personaje, y sin lugar a dudas disparadora de debates, 4×4 versa sobre la inseguridad, la justicia por mano propia y las falencias de nuestro propio sistema judicial. Para verla teniendo que las películas cortadas por la tijera de Cohn y Duprat suelen generar revuelo en lo referido a su postura más afín a los sectores conservadores y de alto poder adquisitivo, y esta no es la excepción.
Una familia afroamericana decide pasar unos días en su casa de la playa. La madre, Adelaide (Lupita Nyong´o de grande, Madison Curry de peque) empieza a sentirse incómoda al recordar un episodio sucedido en un parque cercano durante su infancia: en una atracción se encontró con una doppelganger exacta. El tema es que esta doble no estaba sola, y se aparece en la casita con réplicas casi exactas de todos los integrantes de la familia. Las intenciones no son amistosas, y esta aparición es solo el inicio de algo mucho más siniestro. Al inicio se plantea como una cinta de terror, pero a partir de la aparición de los dobles cambia de género, volcándose más al thriller psicológico e incorporando incluso elementos de ciencia ficción. Y aquí es donde, a mi entender, el humor que venía manejando se convierte en un problema. El personaje del marido es quien aparece como una suerte de relevo cómico, mostrándose muchas veces desconectado de la realidad y permitiendo la inclusión, a través de esta personalidad despistada, de algunos chascarrillos. El tema es que, al intentar generar un clima de tensión y suspenso, el humor actúa como un elemento casi anticlimático, favoreciendo que esa tensión se libere de a poco. Otro punto en contra, ya que estamos hablando de lo malo, es que el tercer acto se hace largo y ahonda en explicaciones, permitiendo al espectador adivinar en muchos casos el final. No obstante, y hay que reconocer que Jordan Peele sabe lo que hace, adivinar o no la resolución final no arruina la experiencia de la película: el énfasis está puesto en la generación de climas (soportados por las actuaciones, la musicalización, y en menor medida la intriga) y los logra con creces. Y también es cierto que, al igual que Get Out (Huye) la trama hace gala de un simbolismo profundo, algunas veces más críptico que otras, lo que va sumando nuevos sentidos o interpretaciones en un segundo visionado. Sin dudas, el momento mejor logrado es cuando nuestra familia amiga entra en contacto por primera vez con estos invasores: el miedo a lo desconocido recrudece cuando podemos comprobar que los extraños saben algunas cosas sobre ellos, y se establece una especie de dominación psicológica sobre cada uno, ejercida por su doble. Pero la historia no se mantiene solo con esto, y una vez superada esta instancia, recurre a algunos clichés del género, como luchas y persecuciones (ahora la pregunta es ¿Son clichés del género o es lo que sucedería si abordamos este tipo de situaciones desde una perspectiva realista? ¿No es, cuanto menos lógico, que si ves tu vida amenazada y tengas la posibilidad, corras?). Us, traducida como Nosotros (con la consiguiente pérdida de una referencia: Us no es solo el pronombre plural de la segunda persona del inglés, sino que también es la abreviatura de United States) es una película que puede abordarse desde múltiples perspectivas, relacionándose de modo directo con la esclavitud, el racismo o la identidad. Para ver más de una vez.
Todos hemos visto el logotipo de “foto estudio Luisita” alguna vez, en algún lugar. Pero quizás no nos preguntamos qué es, quién es Luisita, quiénes habían pasado por ese foto estudio o qué es un foto estudio, término actualmente en desuso. Por suerte llegaron Sol Miraglia y Hugo Manso a rescatar esta historia. La secuencia inicial, musicalizada, nos sumerge en la época de oro de Avenida Corrientes: vedettes, capocómicos y teatro de revistas en su máximo esplendor, con coloridas marquesinas luminosas saturando la calle que nunca duerme. De modo abrupto, nos trasladan al presente. Los centros de entretenimiento devenidos en farmacias e iglesias, acompañados del sonido ambiente, nos dan una sensación de vacío contundente. De la vía pública pasamos al interior de un departamento donde conviven tres hermanas. Desbordado de cosas, con las paredes del living tapizados con retratos de los artistas populares más reconocidos en las décadas del 70 y 80. En ese departamento “de abuela” viven las tres hermanas Escarria: Luisa, Chela y Rosita. Luisa, más conocida como Luisita, fue quien se encargó de fotografiar a los artistas que desfilaban por los teatros Tabaris, Maipo y Nacional en las décadas del 70 al 90, ayudada por su hermana Chela, quien iluminaba, revelaba los negativos en el living de la casa en las noches, y los coloreaba a mano. Llegaron con su madre a Buenos Aires en 1958, exiliadas desde Colombia. Sus padres eran fotógrafos y sacó su primer foto por casualidad. También, por casualidad, fotografió a Amelita Vargas (de quien sigue siendo amiga en la actualidad), quien la sugirió a Marrone para fotografiar a los artistas de su compañía y estableció los cimientos de su carrera. Lo que no fue casual, de ninguna manera, es el talento y la sensibilidad con que los retrataba. Sol Miraglia cuenta que conoció a Luisita cuando estudiaba fotografía y desde ahí se hicieron inseparables. El documental nos muestra a las hermanas en su vida cotidiana, con testimonios sobre cómo era trabajar en el rubro en esa época (siendo mujeres y además extranjeras), anécdotas sobre los famosos que han trabajado con ellas y reflexiones sobre el avance de la tecnología. Con la planificación y ejecución de una muestra que se realizó en el Teatro San Martín en que Sol rescató parte de la obra de Luisita y con el enorme trabajo de clasificación del archivo de más de 25.000 negativos como hilos conductores, el documental propone un retrato intimista y cercano de una mujer que tuvo que vencer a su propia timidez para ponerse en frente de figuras avasallantes y aguardar el momento indicado para retratar lo mejor de cada uno. Ameno, muy interesante y lleno de ternura, Foto estudio Luisita es un ejercicio de memoria necesario, sobre todo en este contexto de empoderamiento femenino. Las hermanas Escarria tienen una historia que era menester reivindicar, en la cual fueron protagonistas por mérito propio, sin depender de ningún hombre. Y el rescate de ese archivo, un registro intuitivo con el foco puesto en la cultura popular, es de un valor cultural incalculable. Albricias por el revelado.