En octubre de 1997 ocurrió uno de los robos de dinero en efectivo más grandes en Estados Unidos. $17 millones de dólares fueron robados de Loomis Fargo & Company en Jacksonville, Florida y más de 20 personas involucradas fueron arrestadas. Masterminds, película dirigida por Jared Hess, es una comedia protagonizada por Zach Galifianakis, Owen Wilson y Kristen Wiig, ambientada a fines de los 90s, que lleva a la pantalla grande la historia del millonario robo a la empresa de transporte de caudales, Loomis Fargo. Dave Ghantt (Zach Galifianakis) lleva una vida monótona y lo único que lo motiva es su hermosa compañera de trabajo Kelly Campbell (Kristen Wiig) de la cual está sumamente enamorado. Luego de que su compañera renuncie, ella junto con Steve Chambers (Owen Wilson) le propongan realizar este robo millonario. Galifianakis no sorprende, vuelve a la pantalla con el mismo personaje que nos tiene acostumbrados, un extraño e inadaptado empleado. Podría decirse que no hay momentos en que los pasos de comedia funcionen con solidez, por el contrario, cuesta bastante reírse y cuando se nos escapa alguna risa es por alguna cara extraña que hace Zach. Las interpretaciones de todos los personajes están sumamente exageradas, obviamente con la intensión de divertir con estos rasgos exacerbados, esto por momentos puede hacernos sacar una sonrisa, pero no más que eso. La caracterización de Dave Ghantt que al principio puede parecer simpática, se termina convirtiendo en algo tedioso. Kate McKinnon interpreta a la prometida de Dave, una mujer muy rara que por momentos nos hace reír con su manera de hablar o sus excéntricas ocurrencias. La aparición de Jason Sudeikis aparenta dar un poco de aire fresco a la película, pero rápidamente este asesino a sueldo se convierte en un personaje más que no hace reír. Pero más allá de pequeños momentos graciosos que surgen en la película, no puede escapar de ser una comedia boba. El guión más que en la historia, está enfocado en mostrar a un grupo de personajes exagerados, haciendo caras graciosas, con vestimentas excéntricas. Una historia que podía llegar a tener potencial, se ve desdibujada por las malas interpretaciones de sus protagonistas. La película comienza y termina con material de archivo de distintos noticieros anunciando la noticia del millonario robo, en el comienzo anunciándola y al final anunciando la detención de los protagonistas del mismo; esto lo único que hace es recordarnos de la manera poco interesante e insulsa en la que Jared Hess decide llevar la historia a la pantalla grande.
Blair Witch, dirigida por Adam Wingard, secuela de la película The Blair Witch Project, viene a plantear una historia que se comienza a gestar a partir de un video subido a YouTube. James cree que la mujer que aparece huyendo dentro de esa misteriosa cabaña puede ser su hermana, Heather (protagonista en The Blair Witch Proyect), entonces él y algunos amigos deciden aventurarse en Black Hill Forest para conseguir más información sobre el paradero de esta chica desaparecida hace más de veinte años. Esta secuela presenta algunos cambios, la cabaña que en la primera película apenas aparecía, aquí toma un protagonismo diferente. Hay un mayor número de personajes y obviamente incorpora nuevas tecnologías, nuevas cámaras y drones, aunque pierde lo que probablemente más atraía de la película original, la ausencia de nitidez en la imagen. En esta nueva entrega con la incorporación de las nuevas tecnologías se desdibuja un poco el espíritu de falso documental y se extraña ver todo desde la perspectiva de una simple cámara. The Blair Witch Proyect, como sabemos, jugó antes de su estreno con llevar esta película de estilo “found footage” al nivel de una experiencia real y ese es el mayor problema de este nuevo film, se perdió esta posibilidad de jugar con el hecho de que es una historia que realmente habia pasado. Solo podemos ver un vestigio de lo que fue la sensación causada por la película original y parece un film más de la infinidad de falsos documentales que se comenzaron a realizar después del auge de The Blair Witch Proyect. La pregunta a hacernos quizás es ¿Había algo más por contar? Blair Witch intenta captar la atmósfera de lo que fue la película independiente original y definitivamente queda a mitad de camino. Al verla queda el sabor de estar viendo una copia mala de lo que fue aquel film, pero era de esperar, no podíamos pretender una película que rompa los estándares del cine de terror como en su momento lo hizo The Blair Witch Proyect, pero tampoco encontramos nada innovador, no nos otorga nada distinto, no hay nada que nos sorprenda, se queda en la comodidad de ser la secuela del film de fines de los noventa pretendiendo así ser una gran obra de terror. No podemos sacarle todo el mérito, por momentos asusta y nos pone en situaciones de tensión, sobre todo cuando estamos inmersos en la oscuridad del bosque sin más luz que la que da la pequeña linterna que usan los personajes. El problema es que para el espectador que vio la película original, es imposible no compararlas, más aún cuando se esperaba encontrar con una propuesta distinta o algún aporte nuevo de Adam Wingard a lo que había sido la primera entrega.
El club de las madres rebeldes, dirigida por la dupla conformada por Jon Lucas y Scott Moore, toma lugar en los suburbios de Chicago, donde Amy (Mila Kunis), tiene una vida muy atareada tanto por su trabajo como por su familia. Su vida cambia cuando se entera de la infidelidad de su marido, esa misma noche conoce en un bar a Kiki (Kristen Bell) y a Carla (Kathryn Hahn), dos madres de la escuela donde envía a sus hijos, y entre las tres deciden dejar de intentar de ser estás madres ejemplares y descontracturarse. En la escuela, Gwendolyn (Christina Applegate) es la madre líder del comité del colegio, junto con Stacy (Jada Pinkett Smith) y Vicky (Annie Mumolo). Gwendolyn es la imagen de la madre perfecta y cuando Amy desafía al comité, este trio le declara la guerra. El film toma como premisa “No se puede ser una madre perfecta hoy en día” y propone a tres prototipos de madres completamente diferentes, Amy, Carla y Kiki. Amy, la protagonista, madre de dos hijos que intenta lidiar con su trabajo, sus hijos y su marido; Kiki, una madre que vive pura y exclusivamente para sus hijos y su esposo; y Carla, una madre soltera, despreocupada de su hijo adolescente. La película apela constantemente a la empatía de los espectadores con estas madres de clase media, mostrando las situaciones diarias que tienen que pasar, desde lidiar con el desayuno de sus hijos, hasta sus problemas laborales. Los pasos de comedia durante el film quedaron completamente a cargo del personaje de Carla y por momentos del trio de madres, Gwendolyn, Stacy y Vicky. El personaje de Amy queda en un segundo plano cuando Kathryn Hahn entra en la pantalla y cuando la actriz no participa de las situaciones, los personajes quedan desdibujados y el tinte cómico se pierde por completo en algunos momentos. La película cae constantemente en lugares comunes y eso aleja al espectador de poder empatizar con estas madres. Los directores apuestan al montaje en cámara lenta de las madres desfasándose y este recurso, ya visto, se agota rápidamente a lo largo del film, quedando redundante. Recurso que ya habían utilizado los directores en su anterior film “21 La gran fiesta”. Esta idea de que ninguna madre es perfecta y todas las dificultades que conlleva serlo, a medida de que nos acercamos al final, se desdibuja completamente con la cantidad de finales felices que proponen los directores. El intento de reposicionar la figura de la madre actual queda a mitad de camino durante el transcurso del film.
La luz entre los océanos, basada en la novela homónima de la escritora australiana M. L. Stedman, es el tercer largometraje ficcional del director Derek Cianfrance y llega a la pantalla grande para presentar un drama ubicado en Australia a mediados de los años 20. Tom Sherbourne (Michael Fassbender) e Isabel Sherbourne (Alicia Vikander) viven solos en una isla donde el esposo trabaja en el faro. Una mañana un bote llega a las orillas de la isla y se encuentran con que dentro de este, hay un hombre muerto y una bebé recién nacida. La pareja decide quedarse con la bebé en vez de reportar lo sucedido a las autoridades, hasta que la culpa los corrompe al conocer a la madre biológica de la niña, interpretada por Rachel Weisz. En un principio parecería que el film no termina de empezar, ya que el conflicto tarda en llegar porque la película se encarga de mostrarnos los inicios de la pareja. Una vez que encuentran a la niña, el film nos empieza a llenar de contradicciones. Cianfrance nos involucra en la historia de los lazos familiares de esta pareja y nos coloca en una posición incómoda como espectadores ya que se corre de las convenciones sociales de lo que está bien y lo que está mal. Los actores saben meterse a fondo en los personajes que encarnan, Alicia Vikander en la piel de una madre a la cual le quitan la tenencia de su hija es verdaderamente conmovedora por momentos. Al igual que Fassbender, este esposo al cual la culpa comienza a corromperlo al conocer a la madre biológica de su hija. Rachel Weisz en un papel difícil, sabe mostrar el sufrimiento de esta madre que ha perdido a su familia. En la película los protagonistas se envían cartas, que son narradas por ellos mismos en voz en off, un recurso un tanto predecible que termina agotándose a lo largo del film, al igual que los planos que utiliza el director, de paisajes, casi imitando postales, que hay a lo largo de la película. La banda sonora original compuesta por Alexandre Desplat (Trabajó con Polanski, Tom Hooper, Wes Anderson, entre otros) es de lo más interesante de la película, ya que conduce muy bien al espectador por el hilo dramático que transita. De más está decir que la ambientación de época de la película es excelente. Derek Cianfrance es un director que tiene habilidad para lograr que el espectador empatice con sus personajes, pero en esta entrega, el drama recae en la muy buena interpretación de los actores, pero si queremos buscar en las otras capas del film no nos encontraremos con mucho